Escribir sobre algo que te atormenta, que te quita el sueño, que te duele, es difícil y complicado. Cuando has creído superar la muerte de tu padre con 15 años, o tras haber perdido 50 kilos se supone que has aprendido lecciones y has salido reforzado… Después de eso, cualquier cosa debería parecer sencilla, o al menos más fácil.  

Pero en realidad los malos pensamientos de lo que siempre queda en el fondo vuelven en un momento u otro. El temor de haber estudiado algo que sabes que nunca te ha llenado. El pánico de volver a engordar para más tarde volver a adelgazar. Esos temores que parecían aparcados en la veintena y que te vuelven a asolar en la treintena. El miedo a que te utilicen, a no gustar.

Creo que no soy la única que se ha golpeado más de dos veces (y tres) con la misma piedra. Conoces a alguien, os hacéis amigos y te enamoras, por primera vez. Tal vez es un poco tarde, pero estabas ocupada lidiando con otras cosas más importantes. Pronto te das cuenta de que la primera vez que te cuelgas de alguien no es tan bonito como idealizaste. Él nunca deja de hacerte creer que alguna vez podría pasar algo pero lo niega. ¿Conocéis al espécimen del que hablo? Ese al que le gusta tenerte pendiente, recibir mensajes, el que adora que admiren y busquen, al fin y al cabo.

Supongo que sí, que existen relaciones así, en las que alguien se sube a un pedestal y busca a otro que le hinche el ego más que nada. Y si eres lista, huyes despavorida porque sabes que vivir enganchada a algo que jamás pasará te llevará a las más que obvias calabazas una y otra vez. Al fin y al cabo, no se me ocurre plato de peor gusto que oír un “No te quiero en mi vida”.

No lo pasas bien y mueves ficha. Tiras hacia delante creyéndote eso de que tú solo eras la amiga mientras lo ves con una nueva novia, esa a la que SÍ quería en su vida, esa que puso por delante de ti porque se le antojaba antes. Lo que se siente en ese momento, no se lo recomiendo a nadie. Cierto es que todos hemos pasado por algo asimilar.

Te rompes en muchos añicos que te cuesta recuperar para que vuelvan a su forma original…Ojalá la historia acabase ahí. Pero no, porque vuelves a la carga. Con el super-glue aún fresco y tus trozos tambaleándose a cada paso, otra persona se fija en ti, empieza a hablarte, le gustas… Sin embargo, aunque decides confiar, vuelves a sentir rápidamente esas voces que, entre gestos inequívocos, sugieren “me gustas pero no estás a mi altura”. Y acabas cayendo, más al fondo. ¿No le gustaba verme? ¿Son solo unos besos, nada más? Porque no hace falta nada más para engancharse, y para dudar…

Adiós muy buenas. Eras de nuevo el plato relegado en el menú. Y no te toca otra que volver a empezar. Otra vez te toca seguir adelante y ahora, tras un par de golpetazos, has de continuar con tu vida… Pero esta vez empiezas a dudar no solo sobre tu validez en el amor, de por qué parece que eres el segundo plato continuamente y nunca la comida principal de nadie. Y esas dudas se extienden: ¿Hacia dónde está yendo mi vida? ¿Soy yo la que está haciendo algo mal? ¿Emito las señales incorrectas? ¿Por qué siempre somos las mismas las que recibimos esos Whatsapps tóxicos a las dos de la mañana con encantadores »Me he quedado con ganas de verte” que no te dejan pasar página?

Siempre la estamos liando cuando somos incapaces de desengancharlos, de soltar el móvil, de parar de tontear… de caer, de todas las maneras en las que es posible caer.

Es entonces cuando entiendes que no has de conformarte. Ese rol no es suficiente para ti, tú puedes ser la especialidad del día. Has de escuchar cuando la gente te dice que de ese modo, conformándote, no te estás queriendo a ti misma, porque tienen razón. Nada de todo eso compensa, por lo que has de pegar el golpe encima de la mesa y cortar por lo sano: “Lo siento, esto tiene que cambiar”.

Si de algo han de servir los fracasos es para darse cuenta de todo esto. Cuídate a ti misma, respétate, empieza por quererte, disfruta de tus amistades y enfréntate a todo con confianza y valentía. Hay gente que te aprecia, no has de dejar que ese pequeño vacío que te deja el anhelar sentirte especial con alguien se llene de tristeza. Sentirse especial, sí, pero no a cualquier precio.

Nunca es tarde para aprender a quererte, valorarte y respetarte por encima de todo. Si tú no eres la primera en hacerlo, no esperes que nadie lo haga. Ganas un mundo el día que entiendes que tienes que querer a quien te quiera, que el resto querrá a otras personas o a nadie, pero sobre todo que tú tienes que quererte a ti misma.

Aprender eso es necesario siempre, con 50 kilos más o menos, siempre vas a ser tú misma, la felicidad no se mide en gramos o en las llamadas que recibes de las personas. Si no te gusta el camino en el que estás, cambia drásticamente; aunque decepciones a muchas personas, pero no permitas decepcionarte a ti mismo más veces.

Ha llegado el momento de comprenderse y por fin empezar a ser feliz por completo, sin ser la segunda opción de nadie. Todos merecemos ser la primera opción, por eso, lo que hagas, hazlo porque lo quieres hacer, porque lo sientes y por te apasiona. Sé tu primer propio plato del menú.

Miss Naranjita