Tengo casi 31 años, una carrera, un máster, una hipoteca, un coche, un marido y un hijo. Soy una mujer hecha y derecha a ojos de la sociedad. A veces me llaman hasta señora, y es que claro, estoy casada joder, ¡soy una señora!

Pero me miro frente al espejo y veo mis Nike Air Max de colores mint y fucsia, mis shorts enseñando los tattoos que llevo en las piernas, una camiseta de los Critters (la mejor peli de los 80), una Kanken y el pelo decolorado con una raya negra que parece hecha a propósito. Visto así debo parecer un esperpento, pero yo me veo hasta mona.

Siempre digo que apenas he cambiado. Que sigo siendo la adolescente que una vez fui. Un poco más sabia, con muchas más canas y arrugas incipientes. Pero sigo estando muy loca.

Y me gusta.

Me gusta estar como una cabra, vestir diferente. No me importa que me miren raro algunas madres de la guardería a la que llevo a mi hijo. Yo me siento guay, divertida, no os voy a engañar.

Entonces ocurre que me cruzo con una adolescente. De las de verdad, no de las de mi edad, no. Una adolescente de 14 o 15 años que se compra la ropa en el mismo sitio que yo y que, ¡joder, viste igual que yo!

Y es cuando me doy cuenta de que las cosas son totalmente al revés. Yo soy la que viste como ella, yo soy la que compra la ropa en el mismo sitio que ella. Según el diccionario de la Real Academia 2.0 (hasta que entre en la RAE, tiempo al tiempo), soy una adultescente en toda regla. Lo contrario de viejoven, vamos.

Me pregunto hasta cuando podré permitirme esto sin parecer ridícula. Porque claro, yo veo a esas otras madres de la guardería que llevan ropa de colores neutros, manoletinas, el pelo planchado y bolsos de marca, y me parecen señoronas.

No me las imagino imitando a un chimpancé delante de sus hijos con tal de sacarles una carcajada o tirándose un pedo delante de sus maridos sin pedir perdón. Se supone que yo debería ser como ellas, porque así es como está establecido que es una mujer de mi edad. Pero es que NO PUEDO.

Si me visto como una señora me veo disfrazada, me veo vieja. Y lo he intentado, eh, de verdad que sí. Pero no hay manera.

Cuando era adolescente, tenía muy poco en común con mis amigas. A ellas les gustaba pintarse como puertas, ponerse tacones, vestir como señoras. Y yo lo intentaba pero jamás me sentí cómoda. Es más, ¡me sentía ridícula!

Ahora tenemos mucho más en común, pero nuestras vestimentas siguen siendo igual de dispares. A ellas les encanta acicalarse y a mí me chiflan mis vaqueros de siempre y mi camiseta más molona (que suele ser la más echa polvo).

¿Dónde está el límite de la edad? ¿Existe dicho límite? ¿Quién lo impone? ¿Seré capaz de detectar cuando empiece a hacer el ridículo? ¿O la sociedad cambiará y ser una señora será lo ridículo? ¿A qué huelen las nubes? ¿Estoy muy loca y debo perder la esperanza?

Laura – Diario de una madre ingeniera