Nadie dijo que esto del amor propio fuese fácil. De hecho, es una de las cosas más difíciles que tendrás que hacer en toda tu vida: quererte a ti misma más que a nada. Sin embargo yo, hoy, puedo decir bien alto que lo he conseguido. Nos pasamos la puta vida a dieta, deseando bajar todos esos kilos que nos sobran porque creemos que, sólo así, seremos capaces de querernos. Pero qué equivocadas estamos…

Estoy más gorda que nunca en mi vida, es un hecho, una realidad, son puros datos. Y sin embargo, jamás he sido más feliz con mi cuerpo. ¿Cómo es eso posible? La perplejidad que despierto en los demás es gigantesca. La cara con la que se queda la gente cuando me preguntan mi talla o mi peso y lo digo sin miedo y sin esconder absolutamente nada, vale oro. No tengo por qué ocultarlo, pues he aprendido a aceptar todo tal y como es. Y me quiero así.

He aprendido que la gente no es ciega, la gente ya sabe que estoy gorda, ya me están viendo. Pero sí que podemos adaptar los ojos con los que nos miran. ¿Quieres que te miren con pena, con condescendecia, con asco? No, gracias. Yo he elegido despertar miradas de admiración. He elegido que me miren con el mismo respeto y aprecio que a cualquier otra mujer más delgada, porque es lo que merezco. Lo que merecemos todas.

Ya no me duelen las miradas de asco, de desprecio. Decidí interpretarlas como pura envidia, porque es lo que son. Envidia de que, a pesar de mis kilos -que según algunos son un defecto horrible-, me vista y me maquille y me peine como me sale del coño, y luzca todo con la misma seguridad que lo luciría si tuviese una talla 36.

Por supuesto, esto no siempre es así. Hay días en los que me quiero odiar y me quiero ver horriblemente fea, pero ahora no me lo permito. Y si no me lo permito a mí, mucho menos se lo permito a nadie. No me da la gana… ¿acaso no tenemos TODAS esos días, tengamos la talla que tengamos? No es culpa nuestra. Es culpa de una sociedad y unos cánones opresores: no os lo voy a permitir.

Ya no me pongo a llorar desconsoladamente después de comerme algo que no debía. He aprendido a perdonar mis errores con la comida, y estoy aprendiendo a enmendarlos. Antes las lágrimas eran por culpabilidad, porque con esa comida estaba alejándome de mi soñado cuerpo delgado que anhelaba algún día tener. Ahora lloro si me duele el estómago, si me ha sentado mal, porque sé que he tratado mal a mi maravilloso cuerpo. Ahora decido cuidarme por respeto a él, y prometo escucharle la próxima vez que me diga ‘no te puedes comer eso hoy, porque no te va a sentar bien’. Claro que me encantaría algún día conseguir mis objetivos de peso, pero ahora me importa mucho más la salud, porque ya he dejado de verme fea. He dejado de percibir mi belleza dependiendo de los kilos. Y ahora, de repente, aprecio la comida mejor que nunca. Empiezo a solucionar mis problemas con ella… poco a poco.

Estoy más gorda que nunca en mi vida, y sin embargo ahora me quiero más y mejor. Y por eso también he aprendido a querer más y mejor a los demás. Ahora, que el amor propio que siento es tan grande, soy capaz de amar de verdad y eliminar de mi vida a quienes no me hagan bien. Cuando consigues ese nivel de respeto por tu persona, aprendes a no aceptar nada ni nadie que no venga a hacerte bien. Aprendes lo que quieres y lo que no, y quien no cumpla esos principios, simplemente no tiene cabida en tu vida. Aprendes a no conformarte con cualquiera que te diga algo bonito, a no venderte por un piropo, porque tu baja autoestima te hace pensar que nadie más te va a hacer caso. Porque he aprendido que mi autoestima no está ya en manos de nadie más que de mí misma; ya no está en manos de lo que digan o hagan los demás. Si alguien no te va a tratar con el respeto que te mereces, te tomas el gran derecho de mandarle a la mierda, porque eso de ‘me conformo con cualquier trato porque soy una gorda que nadie va a querer jamás’ pasó a la historia.

Ahora las bromas sobre gordas las hago yo. Las bromas más bestias y graciosas. Porque puedo, porque no me duelen, porque estoy por encima de todo eso. Porque ya no me insulta nadie con sus comentarios despectivos respecto a mi peso. No insulta quien quiere, sino quien puede, queridas. Ahora las bromas sobre gordas las hago yo y son los demás los que se quedan con la cara de vergüenza ante su propia hipocresía.

Ya no lloro cuando no entro en un vestido de Zara. Ahora si no entro en un vestido me busco otro que sí me sirva y que le jodan. Es más, no piso Zara desde hace siglos. ¿Pero qué necesidad tengo? No necesito a Amancio mientras exista NewLook, Boohoo, Asos Curve, Dorothy Perkins, Primark… Ya no estamos en 2008, ahora las gordas tenemos opciones. Ahora podemos vestir como nos dé la gana, y nadie más nos va a hacer llorar en sus probadores. Eso se acabó, joder. Ahora yo decido por quién y qué vale la pena llorar. Y esto no lo vale, os lo digo yo, no lo vale.

Ahora he conseguido ser feliz, estar feliz en mi cuerpo tal y como es. Si consigo cambiarlo a mejor, perfecto, pero mientras tanto me repito uno de los mantras principales de esta página: ‘Disfruta de lo que tienes mientras luchas por lo que quieres’. Me niego a pasarme el día quejándome, sufriendo, autofustigándome, llorando, dando pena, frustrándome. He decidido no vivir así ni un sólo día más de mi vida.

Sí, estoy más gorda que nunca, ¿pero sabéis que os digo? Ahora también soy más feliz que nunca. Y si yo lo he conseguido, ¿cómo no lo vas a conseguir tú?