Tengo una leve cojera.

No es nada raro, ¿vale? Hay chicas que tienen que depilarse la espalda. Hay chicas que tienen los dientes como si estuvieran en el recreo. Yo tengo pelos los justos y una sonrisa Colgate que, a pesar de su diastema, mola mil. Pero cojeo. Hala – lo he dicho.

La gente que me conoce no lo nota (creo), porque supongo que mi cojera pasa desapercibida como pasan desapercibidas las caras un poco krankers pero enmarcadas por un pelazo de esos que dan envidia. La gente desconocida, sin embargo, debería morir es lo peor. Basta que camine tres pasos para escuchar de labios de un completo EQUIS un OYOYOY, pero que te ha pasado, ¿POR QUÉ COJEAS?

Pues porque cojeo. Y punto.

Resulta que con 10 años mi madre se dio cuenta de que caminaba un poco como los raperos americanos y como buena madre que es (y anti-rapper de toda la vida) me sometió a tropecientos análisis. En ellos descubrieron que tenía un acortamiento muscular en no sé qué parte de la pierna que me hacía pisar fatal y por lo tanto caminar así, y me aconsejaron encarecidamente que pase meses haciendo terapia y que use unas plantillas enormes en los zapatos. «Si no, tendremos que operarte», sentenció el médico.

Por supuesto, me negué a todo esto.
Me negué a hacer terapia.
Me negué a usar plantillas.
Me negué a operarme.
Me negué a comer los garbanzos y me seguí negando porque uno cuando es pequeño es lo que es: gilipollas, y gracias a esa gilipollez me di cuenta demasiado tarde de que ya no podía hacer nada para aliviar mi mala pisada y mi cojera latente.

Debido a la cojera he andado siempre con pasos cortos y esto ha sido para mí nada menos que una mierda pinchada en un palo. Siempre he avanzado lento, mirando muy atenta al suelo y casi siempre arrastrando los pies para evitar pisar mal y morir de una caída. Me tropiezo a menudo y me caigo con frecuencia, y cada vez que lo he hecho he pensado en que estoy muy mal hecha y en por qué carajos me negué a la terapia y a las plantillas y a los garbanzos. Te lo dije: Una mierda pinchada en un palo. Me avergonzó por mucho tiempo. Más del que soy capaz de admitir.

A pesar de esto, he aprendido a aceptar mis pasos cortos. Hay cosas en la vida que uno no puede cambiar y esta es una de ellas: no puedo decirte que en la vida hay que andar con pasos largos comiéndose al mundo porque si yo me aplicara el consejo, estaría escayolada de pies a cabeza. Me he reconciliado al fin con mis pasos y mi velocidad, caminando de la única manera en que sé hacerlo: mal, y entendiendo al fin que el que verdaderamente me quiere, me sabrá esperar.  Me he hecho mil análisis de rodillas y caderas y de momento voy fantástica, por lo que aunque me duele todas las noches, duermo tranquila y sueño bastante. No sé andar con pasos largos, pero uno puede andar con sus pasos cortos y aún así hacerlo lo mejor posible. Lee esta última frase de nuevo y entiende lo que te estoy queriendo decir: uno puede andar con sus pasos cortos (sus defectos, sus fracasos, sus malhechuras) y aún así hacerlo lo mejor posible.

Me avergonzó por mucho tiempo, sí. Pero, ¿sabes cuánto me avergüenza ahora? NADA. Soy un peligro público en tacones pero quiéreme como soy #cojeradignidad

Hace unas semanas, una de las últimas veces que vi a mi madre, nos fuimos a tomar café y a dar un paseo. En un momento de la tarde la cogí del brazo y andamos juntas. Fue ahí cuando me di cuenta de que caminamos igual: Apoyando medio segundo más el peso sobre la pierna izquierda y balanceándonos al dar el paso derecho, despacito. Con pasos cortos, pero comiéndonos al mundo. Con pasos cortos, pero sin temor en la pisada, andando firme, riendo por el camino. Y he pensado que si, en efecto, camino igual a ella (con su cojera como la mía, anti-rapper rapeadora, magnífica) no me importa cojear como cojeo por el resto de mi vida.