…si mona era, mona se queda!

En mi opinión el estilo es casi una condición innata del ser humano. Es como el ritmo: se tiene o no se tiene. Seamos francas, nos podemoss apuntar a clases de baile, aprendernos una coreografía y coger algo de soltura pero no nos engañemos, nunca vamos a conseguir bailar «El lago de los cisnes» como la doble de Natalie Portman en «Black Swan». Esto es así.

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El otro día hojeando una revista me encontré con un especial de Óscar de la Renta (Dios lo tenga en su gloria) y pude comparar como le sentaban sus maravillosos vestidos a diferentes celebrities. Vamos a centrarnos: estamos hablando de diseños de alta costura no de un modelito cualquiera de Zara… aunque alguna de nuestras guapis (gracias Sara) parece no haberlo entendido. ¿Cómo es posible que un Óscar de la Renta parezca un trapo según quien lo lleve puesto? Dramas del primer mundo que te hacen replanteártelo todo.

Que «con estilo se nace no se hace» es algo que tengo asumido desde que tengo uso de razón porque siempre se ha dicho en mi casa. Una persona puede dejarse aconsejar por un estilista profesional y renovar todo su armario, pero eso no significa que se vaya a convertir en un referente del estilo automáticamente. Porque el estilo es una cuestión que va más allá de la ropa, de la talla o del dinero. Es un saber estar y una actitud ante la vida que no todo el mundo tiene, esto es algo que tenemos que asumir. Puedes gastarte 1500 pavos en una másterclass de Pelayo pero eso no te va a convertir en una persona estilosa. El estilo no se compra, lo siento. En cambio hay otras personas, afortunadas ellas, que tienen la maravillosa capacidad de ponerse una cacatúa en la cabeza  y no parecer unas mamarrachas (o parecerlo y seguir estando divinas). Pero eso es un don que no tenemos el común de los mortales.

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Además, y esto sigue siendo mi opinión, el estilo también es educación. Me explico: es fundamental saber comportarse y vestirse para cada ocasión. Esto no quiere decir que tengas un palo metido por el culo todo el día, pero una cosa es bajar a comprar el pan con pinta de refugiada de la Bosnia-Herzegovina (y volver a casa corriendo) y otra muy distinta ir a trabajar como si fueras a un cóctel de gala. De la misma manera saber sacarse partido es muy importante. Todas pasamos por momentos difíciles durante la adolescencia y todas tenemos historias de estilismos imposibles, encontrar tu lugar en el mundo no es ninguna tontería. A mi me entra la risa floja y ganas de llorar bajito cada vez que recuerdo mi época «churfer», y digo «churfer» porque era más de palo que la nariz de la Esteban. Pero hay un momento en el que tomas consciencia de tu cuerpo, de tu personalidad y del mundo y te toca mandar al carallo las tendencias aunque te permitas algún capricho.

Después de toda está disertación quiero decir que una cosa que me toca mucho la moral es que se equipare el estilo con la pasta. Está claro que cuanto más dinero tengas en tu cuenta corriente más puedes gastar en ropitas cuquis para lucir palmito, pero repito: el hábito no hace al monje. La ropa hay que saber llevarla. En España tenemos muchos ejemplos de esto, pero solo voy a decir un nombre: Chabelita.