Realmente no soy consciente del momento en que dejé de esconderme cual prófuga de la ley, de lo políticamente correcto…pero el caso es que dejé de hacerlo. En mis años mozos yo caminaba siempre mirando al suelo (aún ahora lo hago en días mentalmente grises) pero ahora me atrevo a levantar la vista, y no sé exactamente cuándo ocurrió pero sí sé gracias a quién y por qué.

Tengo un compañero de trabajo, es de esas personas que te sacuden, te mueven del sitio emocional en el que te encuentras y te hacen ver que un mundo mejor, más sencillo y desde luego con más risas es posible.  Mi compañero es guapo a rabiar, pero él no lo sabe, y cuando pasa, deja una estela de energía que alimenta a los que nos paramos a mirar…pero eso, tampoco lo sabe. Cuando mi amigo aumentó de peso (considerablemente) decidió que no quería ser una persona amargada por esa circunstancia y se denominaba a sí mismo Chubby Cute (algo así como Gordito lindo) y decidió en su fuero interno que seguir hacia delante con su nuevo cuerpo era más una cuestión de actitud que de kilos. Decidió también crear un “club” de chubby cutes al que iba sumando a todos aquellos que mostraban una sonrisa enorme hacia sus kilos o hacia sus peculiaridades físicas políticamente incorrectas y me incluyó a mí. Al principio no entendí nada, porque yo siempre he sido una delgada encerrada en un cuerpo de gorda que sentía rechazo por mi imagen reflejada en cualquier sitio, cada vez que escuchaba la palabra gorda me venía abajo y siempre había hecho planes para cuando estuviera delgada (el súmmum de la aceptación).

Hace poco descubrí la dimensión del club chubby cute de mi amigo. Gracias a él he conseguido reírme de mí misma, no por tener sobrepeso, sino por ser una persona normal a la que ocurren cosas. Cuando eres gorda, ya tienes bastante con las humillaciones a las que te ves sometida en tu día a día, por eso tienes probablemente un sentido del ridículo más acusado que te impide reírte de ti misma. Seguramente has vivido situaciones en las que esas risas o carcajadas han quedado grabadas en tu mente a fuego, y cada vez que las recuerdas hacen que salte en tu interior un resorte de protección…es por eso, por lealtad, por lo que en algún momento decides no reírte nunca de tu propia persona. Pero eso, amiguitas, no es sano, porque sí, somos gordas, pero también somos graciosas, guapas, inteligentes…y al fin y al cabo estamos vivas, y el mundo es lo suficientemente duro como para no intentar limpiar el cristal a través del cual lo vemos.

Sé que a muchas os sonará infantil, o surrealista, pero mi chubby amigo me salvó, me salvó de mi misma, mi enemiga más dura, la de las críticas más implacables. Me salvó de ese cubo de mierda en el que dejamos que nos hundan desde que somos pequeñas porque no somos los suficiente delgadas, o altas, o listas…o porque tenemos pecas, o nuestra mirada es diferente o qué sé yo, infinidad de dardos envenenados que lanza contra nosotras la sociedad o que recibimos incluso desde los círculos más cercanos, y que son tan dolorosos.

Inténtalo, empieza poco a poco…sé una chubby cute! Ríete del memo que te mira porque tus labios están pintados de rojo, ríete del chubby roce de tus muslos en verano porque, sí, tienes unas piernas que te permiten caminar, ríete de tus chubby pies requetelindos con las uñicas pintadas…y sobre todo, ríete tanto que seas feliz, y que llegues a quererte tanto, tantísimo, que tu momentazo chubby gym sea tan épico que lo quieras compartir con todo el mundo, sí, ese momento en el que discretamente y sin que nadie te viera quisiste encender la cinta de andar y por error le diste al botón de alarma y todo el mundo se giró para mirarte y reírse, ríete también de eso, porque ésta chubby cute fue la que más alto se rió y te lo está contando con una sonrisa en los labios. Hazlo, búscate un chubby amigo y sé una chubby amiga, el mundo te lo agradecerá.

Mi chubby amigo no sabe lo que hace por la gente, va por ahí tan tranquilo como si lo que hace fuera lo más normal del mundo, pero cuando lea esto sé que se va a reír…porque él es así, lo ve todo con su chubby cristal repitiendo como una Scarlett O’hara de provincias que “mañana será otro día” y ¿sabes qué? Efectivamente, mañana siempre es otro día.

Autor: Paula L.