Os contemplo ante el espejo y no sé cómo deciros esto.

Es muy difícil, después de todos estos años, de tanta mala baba por mi parte, de tanto odio y tanto intento de aniquilaros, pediros perdón de una manera que esté a la altura. Aún no sé cómo conseguir que me perdonéis.

Ha sido una guerra muy larga, que ya ni recuerdo cuándo comenzó, pues no recuerdo la vida sin vosotras, no recuerdo cómo era mi piel sin que la surcarais, no sé cómo era yo sin el relieve de vuestros caminos.

Sé que tuvo que comenzar en nuestra infancia, cuando yo aún no entendía muy bien qué significabais. Cuando de niña sin preocupaciones llegué a ser una niña que tenía consultas periódicas con una doctora que lo único que sabía decirme era que tenía que comer menos y estar más delgada. Cuando mi cuerpo dejó de ser mío para volverse un tema de conversación con cualquier persona. Cuando se decidió que yo ya no iba a tener poder de decisión sobre mí.

Perdón.

Siento haber dejado que nos hicieran esto. Siento no haber plantado cara hasta hace poco. Siento, de verdad que lo siento, haber dejado que nos maltrataran, humillaran, mancillaran y degradaran. Tenía que haberos defendido. Tenía que haberme defendido.

En lugar de eso, os culpé, os odié. Sentía vergüenza y frustración al veros en el espejo cada mañana y no poder borraros, arrancaros de mi cuerpo, encontrar ese remedio milagroso con el que untarme la piel y fingir que nunca estuvisteis en ella. Porque erais el constante recuerdo de que yo no estaba bien tal y como estaba, que el problema era yo y esta estúpida masa de carne que recubría mis huesos. Esa enorme masa de carne.

Ha sido un auténtico calvario. Aún recuerdo esas largas tardes inspeccionando mi cuerpo como el que busca una plaga de termitas, para saber si erais más, si habíais crecido, si os estabais oscureciendo y no iba a poder ocultaros a la vista de los demás.

La vista de los demás ha sido el sentido más importante y más odiado que he descubierto a lo largo de mi vida.

Ahora, al miraros, la sensación ha cambiado. No os quiero mentir, hay mañanas en las que aún os odio por seguir aquí, pero sé que esas no cuentan, que los malos días también merecen ser vividos para saber lo que hemos ganado. Pero la mayoría del tiempo, al veros, os doy el lugar que merecéis: sois las cicatrices de una vida. Sois el recuerdo de cada momento en el que el estrés me hacía adelgazar de forma violenta, de cuando la vida comenzaba a hacerse cuesta arriba y era prácticamente inevitable engordar. De cuando mis caderas de niña se transformaron en caderas de mujer, de cuando mi pecho se llenó, de cuando mis muslos dejaron de estar juntos, de cuando mi culo decidió que se iba a reducir a su mínima expresión. Del primer verano en la playa con amigos, de cuando me quisieron y cuando no me quisieron, de cuando me sentí miserable y de cuando fui feliz.

Vuestra lealtad ha sido total, vuestra forma de recordarme que estoy viva, que sufro cambios porque estoy en constante aprendizaje, porque todas las mañanas tengo la osadía de seguir respirando, levantándome, luchando.

Siento no haber entendido las lecciones que teníais que darme hasta ahora, tan tarde y tras tanto odio. Pero podemos empezar de cero, todavía nos queda mucho que vivir juntas. Aún seréis más y yo prometo daros la dignidad que merecéis.

Nos quedan muchas guerras que lidiar, ahora ya por fin, juntas.

Patricia Olmo.