Todas las personas que quieren tener hijos se imaginan de una forma u otra cómo les educaran, en gran medida influenciadas por las estanterías llenas de libros sobre maternidad del Carrefour, los canales de Youtube en los que papis y mamis súper felices, fantabulosos y nada posturetas cuentan su idílico día a día, los cuñados pesados que les aconsejan dar “un tortazo a tiempo” o los padres “expertos” que tachan de criminal a todo aquel que osa dar un cachete a un niño y, sobre todo, lo que han aprendido en casa cuando eran renacuajos.

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¿Qué son los estilos parentales?

La familia es el lugar en el que comenzamos a entender cómo es el mundo y cómo se organizan las relaciones sociales, formándonos un sistema de valores personales y una identidad que define quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir.

Observamos en nuestros padres las conductas más o menos apropiadas (por ejemplo, resolver los conflictos de forma violenta o mediante el diálogo), y absorbemos como esponjas sus estereotipos, prejuicios, creencias y opiniones hasta que crecemos y desarrollamos la suficiente capacidad crítica como para cuestionarlos. Todo esto sucede en un clima emocional, donde las discusiones y luchas de poder entre padres e hijos son más la norma que la excepción.

Lo que define y marca el ambiente familiar es el estilo parental, y podemos encontrar dos factores que explican la gran variedad de estilos:  el apoyo y el control.

  • El apoyo o receptividad parental se asocia al afecto, la implicación y la aceptación en contra de la hostilidad y el rechazo. Son todas aquellas conductas que llevan a cabo los padres con la intención de que sus hijos se sientan aceptados y comprendidos, y se refleja en la expresión de cariño o satisfacción, y en el apoyo emocional y material.
  • El control o exigencia parental puede ser orientativo, permisivo o impositivo. Se trata de la actitud que adoptan los padres con el objetivo de dirigir el comportamiento de los hijos, es decir, lo que esperan del niño y lo que hacen para conseguirlo. Se refleja en las orientaciones (aconsejar o sugerir), la coacción (amenazar, castigar u obligar a cumplir normas) y la permisividad (dejar que el niño haga lo que quiera). El control también puede ser psicológico cuando afecta directamente al desarrollo psicológico y emocional, y no a la conducta.

Normalmente, el apoyo parental permanece estable a lo largo del desarrollo del niño, pero el control cambia dependiendo de las necesidades y del estado emocional del hijo y de los padres. Además, ambas dimensiones son relativamente independientes, ya que los padres pueden ser muy estrictos y a la vez muy afectuosos, o muy afectuosos pero demasiado permisivos.

A partir de la unión de estos factores, surgen cuatro estilos parentales:

  • El estilo democrático, donde los padres son receptivos y exigentes. Suelen considerar a sus hijos como sujetos activos de su propia educación, imponiendo normas y principios firmes sobre el comportamiento que deben tener, pero fomentando el diálogo y el razonamiento. Suelen ser padres asertivos y con gran inteligencia emocional. Sus métodos educativos se basan más en el apoyo que en el castigo. El objetivo de estos padres es lograr que sus hijos sean asertivos, responsables, cooperativos y con un gran auto-control.
  • Estilo autoritario, donde los padres son poco receptivos pero exigentes. Suelen infravalorar el aspecto emocional de las relaciones paternofiliales, dando mucha más importancia a la obediencia y al cumplimiento de las normas. En ocasiones desarrollan un patrón de control muy intrusivo. El ambiente familiar está muy ordenado y estructurado con reglas claras, en cuya formación no suelen intervenir los hijos.
  • Estilo permisivo, donde los padres son muy receptivos, pero poco exigentes. Suelen ser muy tolerantes y condescendientes. No demandan una conducta responsable o madura en sus hijos, y suelen evitar la confrontación con ellos. Permiten que los niños impongan sus propios criterios auto-regulatorios, justificando sus malos comportamientos como “fases pasajeras” o “cosas propias de la edad”. Aunque en ocasiones establecen ciertos límites, lo habitual es que no se impliquen en el control y en el establecimiento de normas de sus hijos.
  • Estilo negligente, donde los padres no son ni receptivos ni exigentes. Es el estilo paternal más peligroso, ya que puede suponer unos cuidados irresponsables. La falta de implicación emocional de los padres se combina con la indiferencia hacia la educación de sus hijos, a la que no le dedican apenas esfuerzos. En casos extremos pueden rechazar a sus hijos.

¿Cómo influyen los estilos parentales en los hijos?

El estilo democrático es el que más relación guarda con el desarrollo psicológico y con el comportamiento de los niños, especialmente con la competencia y madurez psicosocial, el rendimiento académico, la capacidad empática, el altruismo y el bienestar emocional. A corto y largo plazo, los hijos suelen ser más seguros, auto-controlados, asertivos, curiosos y felices. Es posible que la clave de todos estos beneficios se encuentre en el equilibrio entre los límites y el apoyo emocional.

Los hijos criados con un estilo autoritario tienen mayor predisposición a sufrir problemas de autoestima y de interiorización de las normas sociales. Generalmente, presentan baja competencia social, estrategias inadecuadas para resolver los conflictos, peores resultados académicos y más problemas de integración escolar. A corto y largo plazo, suelen ser descontentos, distantes y desconfiados. La disciplina excesivamente rígida es un factor de riesgo para el desarrollo de problemas de conducta, sobre todo cuando se utiliza de forma excesiva el castigo físico.

Respecto al estilo permisivo, se ha encontrado que a menudo los niños suelen tener niveles de autoestima, autoconfianza y ajuste psicológico elevados. Presentan menos riesgo de sufrir trastornos de ansiedad y del estado de ánimo que los niños criados en ambientes autoritarios, además tienen buenas habilidades sociales. Aún así, no aprenden a interiorizar adecuadamente las normas sociales, presentando problemas de control de impulsos, baja tolerancia a la frustración, problemas escolares y mayor riesgo de consumir drogas.

Finalmente, los niños de padres con un estilo negligente suelen ser menos competentes socialmente, menos empáticos y más agresivos. Tienen más problemas de conducta, de ansiedad, de depresión y de autoestima, y si el estilo negligente incluye maltrato físico y/o emocional, el riesgo de desarrollar comportamientos antisociales y/o delictivos en la adolescencia aumenta considerablemente.

La clave de una buena educación parece residir en el aspecto afectivo ya que, en general, los estilos parentales orientados hacia el apoyo y la implicación tienen consecuencias más positivas.

Por otro lado, la edad y madurez del niño así como la presencia de afecto, van a determinar cómo éste interpreta las técnicas de control de sus padres. Si los padres apoyan, aceptan y son afectuosos con su hijo, el uso de métodos restrictivos y coercitivos no implicará un impacto negativo en la relación familiar. En cambio, el uso de la coacción y restricción junto a una carencia afectiva, puede tener consecuencias graves en el bienestar de los niños  y adolescentes.

¿Cómo adoptar un estilo democrático?

Aunque cada padre tiene su manera de educar, es evidente que un estilo democrático es más beneficioso a corto y largo plazo.

Es posible introducir hábitos asertivos en la educación de los niños siguiendo una serie de consejos:

  • Para que te respeten no hace falta gritar ni insultar.
  • Sustituye el castigo físico por otras formas de castigo más empáticas, efectivas y beneficiosas.
  • Es mejor enseñar e incentivar nuevas conductas positivas que castigar las negativas que ya existen. Reconócele su mérito cuando haga las cosas bien.
  • La comunicación es muy importante, escucha a tus hijos.
  • Para que entienda las normas, puedes explicarle porque algo está mal y, sobre todo, asegurarte de que lo entienda.
  • Demuestra afecto y cariño.
  • Es más importante la calidad que la cantidad de tiempo que pasar con tu hijo.
  • Lo que un niño necesita de sus padres es que sean figuras educativas, que le supervisen y que establezcan normas. No seas su colega, se su padre o madre.
  • Evita etiquetar a tu hijo, porque a la larga puede creérselo. Sustituye “eres malo” por “te estás portando mal”.
  • Evita comparaciones. Tal y como dicen, son odiosas -y muy perjudiciales para su autoestima-.
  • Para que aprenda a pedir disculpas es importante que prediques con el ejemplo. Enséñale a pedir perdón y a perdonar.
  • Deja que se equivoque y que “se caiga” para que pueda aprender. No hace falta sobreproteger a los niños.
  • Evita hacer por el niño cosas que ya es capaz de hacer sin tu ayuda. Así fomentas su responsabilidad y autoeficacia.
  • La mejor forma de educar es siendo un buen ejemplo.