Hoy me he levantado reflexiva, y me ha dado por pensar en la amistad. Los amigos. Los colegas. La gente no de tu sangre a la que consideras familia escogida.

Qué término tan bonito, ¿verdad? no seríamos nada sin los amigos, esas personas chachis con las que tenemos una cantidad moderada  o extensa de cosas en común, y con los que a veces, una sola mirada sin palabras equivale a carcajadas sonoras por dentro.

Un amigo te conoce incluso cuando no querrías que lo hiciera, y suele estar presente para levantarte cuando te has caído y has decidido revolcarte. Comparte contigo lo bueno y se ofrece a pillar la pala para enterrar tus mierdas cuando es necesario. Hay una reciprocidad muy guay, momentos compartidos, unos buenos, otros mejores y algunos… hasta de vergüenza ajena.

Si tienes buen rollo con tu amig@ no suele costarte nada cogerle las llamadas (aunque estés acostado, a punto de entrar en la ducha o currando) o enviarle un mensaje simpático para preguntarle si sigue vivo cuando hace tres días que salió de fiesta y no sabes de él. Tu amigo o amiga puede no vivir en tu misma ciudad, pero eso no implica que se olvide de preguntarte qué te dijo el médico sobre aquella verruga, cómo salió el último examen al que te presentaste, o si al final te tiraste o no a tu vecino buenorro.

No siempre hace falta una presencia constante para considerar a alguien tu amigo. Si tienes colegas que viven fuera y hablas con ellos solo un par de veces en semana, la relación avanza como si nada. Habrá risas y os pondréis al día sin casi dificultad. La distancia no es impedimento para estar »presentes» en la vida del otro.

Pero… ¿qué pasa cuando el feedback se va perdiendo? ¿Cómo sabemos cuándo una amistad se está convirtiendo en algo que mantenemos por costumbre?

Desde mi experiencia, cuando una relación de amistad empieza a costar esfuerzo, es que algo falla. Si responder un mensaje siempre es algo que se deja para después, nunca hay tiempo para ese café o crías telarañas esperando que sea la otra persona quien busque iniciar las conversaciones, proponer un plan, o crear un ambiente distendido, es que la amistad agoniza. Esa persona no es tu amiga, pero sigue en tu vida POR PEREZA.

¿A quién no le ha pasado? Yo soy una gran acumuladora de amigos por pereza. Me da pena desprenderme de ellos. Me cuesta, y acabo remando en bucle en un río seco de amistad. Solo yo pregunto y me intereso, solo yo mantengo a flote una relación que ya no fluye, pero no la corto, simplemente, la dejo estar. A la deriva.

O lo que es peor… paso por la fase de intentar averiguar qué más podría haber hecho para que las cosas no hubieran cambiado. ¿Me habré equivocado? ¿Habré agobiado demasiado? ¿He estado muy presente? ¿O muy poco?

Aparte de todas las connotaciones negativas que esto puede tener para la autoestima, perder el tiempo empecinados con algo que no da más de sí, nos priva de conocer a nuevas personas, a gente con la que compartir gustos y que esté dispuesta a retroalimentar nuestro interés, a darnos el pie en las conversaciones y hacernos un hueco en su vida formando parte de la nuestra.

Muchas veces mantenemos ciertas relaciones (dañinas o que no aportan gran cosa) por el recuerdo de lo que esa persona fue para nosotros. Por el antiguo amigo o amiga que vemos en él o ella. Quizá es más cómodo dejar a la amistad morir despacio en vez de arrancarla de raíz, porque de ese modo, no somos nosotros los que estamos tomando la decisión de alejar a nadie de nuestro círculo más personal. Esto es algo normal en las personas que evitan las confrontaciones o se apegan a otras personas (como yo, por ejemplo), aunque no siempre es lo más saludable.

No debemos tener miedo a conocer gente nueva, no debemos culparnos porque una relación se haya acabado, o castigarnos si el interés de la otra persona no sigue puesto en nosotros como antes, porque a veces, algunas amistades tienen fecha de caducidad; y hay que tener muy presente que no merecemos menos que ser considerados por aquellos a los que nosotros, tenemos en consideración.

No es fácil, y probablemente dolerá, pero debes estar seguro de algo: quién esté interesado en estar en tu vida, se hará notar, al resto, quizá sea momento de dejarlos ir.