Me lo llevan diciendo desde pequeña y sin embargo a mis 37 parece que no he aprendido la lección. Recuerdo ser un mico, tenía unos 5 años, y aún recuerdo a mi abuela reñirme: ‘pero nena, dile que ese juguete es tuyo, no dejes que te lo coja’. Y yo en vez de reclamar lo que era mío, agachaba la cabeza y buscaba otra cosa con la que entretenerme. Cualquier cosa antes  que enfrentarme a alguien y exigir lo que me pertenecía.

En el cole prestaba libros y no decía nada cuando no me los devolvían o si lo hacían, era destrozados. En la uni les dejaba a mis compañeros los apuntes sin rechistar, aunque algunos ni tan siquiera daban las gracias y era por mi que aprobaban los exámenes. No me quejaba si la la peluquera hace justo lo contrario a lo que le pedí, si el camarero tarda 45 minutos de reloj en traerme un plato o si mi amiga se lía con el chico que le dije que me gustaba. ¿En serio tampoco te enfadabas cuando te hacen eso? No, no lo hacía.

Me daba tanto miedo enfrentarme a la gente que prefería evitar toda clase de conflictos. No me gusta discutir, no me gusta ver enfadadas a las personas, así que para que esto no suceda me he dejado hacer de todo a lo largo de estos 37 años de vida. He dedicado mi existencia a complacer a los demás, y hasta hace bien poco pensaba que esa era mi misión y que debía acatarla sin rechistar. ‘Tú no has nacido para liderar, a ti lo que se da bien es agradar’, me decía a mi misma cada vez que las heridas se iban haciendo más y más profundas.

Pero entonces sucedió algo que me está haciendo abrir los ojos. Hace unos meses mi marido me dejó por otra. Como me conoce, ni tan siquiera dudó al confirmarme que llevaba tiempo viéndose con otra persona y que me iba a dejar por ella. Llevábamos muchos años juntos, así que estaba seguro de que mi reacción sería algo así como ‘lo entiendo, seguro que ella es más guapa que yo, más joven que yo, más lista que yo, tienes mi bendición, ve con ella‘.

Lo cierto es que cuando me lo contó me quedé blanca y sin reaccionar, pero desde entonces creo que ha ido floreciendo en mi toda la ira acumulada de todas esas veces que no me atreví a decir lo que realmente pensaba. Todas las situaciones en las que no me impuse y exigí lo que me merecía. 

Mi ex marido me pidió que le enviase en una caja los gemelos y demás joyería que se había dejado en la mesilla de noche al huir. Y yo lo hice, por supuesto que lo hice, pero además de las joyas, en la caja metí una mierda fresca de nuestro (ahora mi) perro para hacer juego con su persona.

Cuando me llegó la notificación de que lo había recibido me vine arriba de tal manera que desde entonces no puedo parar de ser la hija de puta (con cariño) que nunca había sido. Digo lo que pienso cuando me preguntan, grito a los peatones cuando se saltan el semáforo, maldigo en arameo cuando se me cuelan en la cola del supermercado. Y sí, es una jodida liberación.

Yo no provoco esas situaciones. Sigo intentando ser una buena ciudadana, amiga, hija y hermana. Pero si intentas joderme te pongo en tu sitio. Se acabaron los años de buena ser tonta. Voy a mirar por mi y sobre todo por mi propia felicidad, y si eso implica enviar bostas calentitas a quien se porte mal y me amargue la existencia, así lo haré.

La venganza nunca es el camino, pero ser un poco hija de puta de vez en cuando y mirar por ti misma, alarga la vida. 

Velvet.