Desde hace más de un año sigo en Instagram a la artista Roberta Marrero. Hace poco sacó su primer libro, titulado ‘El bebé verde’ y ayer me crucé con él en la sección de novedades de mi biblioteca de cabecera, así que no dudé ni un solo segundo en cogérmelo. Me lo leí de una sentada y me encantó. Y me tocó la fibra sensible en dos ocasiones. La primera, al relatar la historia de Susi, la chica del puente. La segunda, en una carta en la que Roberta encarna a todos los niños del mundo y se dirige a todos los padres. 

La carta viene a decir (os la resumo porque en el libro pone expresamente que no se permite reproducir el contenido, pero si tenéis la oportunidad de echarle un vistazo a este libro, de verdad, hacedlo) que los niños no piden nacer y que por eso deberían ser bien recibidos, con amor y respeto. Y que los padres deberían ser responsables y tener hijos, no porque es «lo que hay que hacer» y mucho menos para depositar en ellos sus frustraciones y expectativas propias, sino para criar nuevos seres humanos independientes y fuertes. La artista cierra esta carta con una sentencia directa: los niños no queremos ir a terapia porque vosotros (los padres) no fuisteis responsables.

https://www.instagram.com/p/Bbq57nxDssA/

Yo misma llevaba tiempo dándole vueltas a este tema en mi cabeza, pero me parecía algo tan complejo que no había sido capaz de empezar a darle forma a mis propios pensamientos. Hasta que leí esta carta. Yo llevo varios años yendo a terapia. Y una de las cosas que he tenido que aprender, y digo «he tenido que», porque no la sabía, es que preocuparse por una misma, pensar en nuestras necesidades por encima de las de los más, ponernos a nosotros primero, no es egoísta.  Egoísmo es querer lo mejor para ti a costa de los demás. Querer lo mejor para ti currándotelo tú solita y trabajar a tope para cubrir tus propias necesidades es pura supervivencia. Ahora lo tengo muy claro.

Pero este tema de los padres y los hijos y las responsabilidades de los unos para con los otros me ponía al límite. Me dividía. Por un lado, he llegado a pensar con total convicción que si mis padres hubieran sido lo suficientemente maduros para transmitirme ciertas cosas básicas que he tenido que aprender con 28 años, mi vida habría sido diferente (no sé si peor o mejor, pero seguro que había sido diferente). Por otro lado, sé que mis padres lo han hecho lo mejor que han podido, que se han esforzado y que se han sacrificado por mí, y que mi bienestar es su constante preocupación. Pero un sentimiento no anula el otro. Sé que mis padres me quieren y me apoyan, pero no puedo evitar pensar lo mismo que expresa Roberta.

https://www.instagram.com/p/BeYZjTsDreF/

No me hace sentir mal tener este tipo de pensamientos. Lo único que me perturba es que no sé si pensar así es egoísta o no lo es. No sé si es egoísta pensar que mis padres me deben algo por haberme transmitido sus miedos e inseguridades y haberme oprimido durante toda mi vida con sus expectativas. No sé si pensar así es dejar de lado que, a pesar de eso, me han querido muchísimo y me apoyan cada día (aunque no sepan muy bien qué están apoyando porque muchas veces no entienden lo que hago). Porque a veces pienso que «los padres» son un concepto muy rancio, tan rancio como aquel que hace creer a la gente que pensar en su propio bien es egoísmo, cuando no lo es.

Muchas veces he hablado de mi malestar con mis padres, sobre todo con mi madre, que es la más cercana en asuntos emocionales, y ella siempre me da la misma respuesta: «cuando seas madre…». Y ante ese argumento yo no puedo hacer nada. Porque no soy madre y… probablemente no lo seré (nunca se sabe en esta vida). Así que nunca voy a poder entender su punto de vista, por lo visto, lo cual me condena a la eterna incertidumbre en este asunto. Cosa que también me parece incorrecta, porque creo que podría ser capaz de comprender a un albañil sin haber puesto yo un ladrillo junto a otro en mi vida, así que no sé por qué no voy a poder entender nunca a una madre solamente porque yo no he tenido hijos.

Dicho esto, cierro este artículo sin haber llegado a una conclusión. Aunque, y lo digo con toda sinceridad, me gustaría poder llegar a concluir este asunto algún día, y a poder ser, sin tener que llegar al extremo de ser madre.