“Al principio solo eran risitas y miradas cuando me cruzaba con su grupo de amigos por el pasillo, pero después empezaron los rumores falsos, los insultos, los motes.

Había días donde pasaba inadvertido, bastaba con no hablar con nadie, no mirar a nadie. Me hacían el vacío y yo lo agradecía, al menos de esa forma podía estar tranquilo. Si el profesor me preguntaba algo o me pedía salir a la pizarra yo decía que no había hecho los ejercicios, prefería mentir y perjudicar mis estudios que ser el objeto de sus miradas, no quería llamar la atención.

El resto de días eran una agonía. Me escondían la ropa en clase de gimnasia, entraban en clase durante el recreo para manchar y romper mis libros, escribían insultos en la pizarra, me ponían la zancadilla.

Yo no perdía la esperanza, quería encajar, pensaba que tarde o temprano dejarían de tratarme así y que podría ser uno más. Recuerdo que un viernes, a final de curso, me invitaron al cumpleaños de una chica de clase. No la conocía especialmente pero me hizo ilusión ver una mano amiga entre tanto rechazo. Compré un regalo y fui a la plaza donde habíamos quedado. No había nadie. Pensé que había llegado el primero, pero tras media hora esperando nadie apareció. Llamé a la chica pero no contestó. El lunes, un video mío esperando solo en la plaza se difundió por toda la clase.

Sufrí en silencio durante cuatro años. Los profesores quitaban importancia al acoso porque «eran bromas, no había que darle bombo». Mis amigos acababan alejándose de mí para no ser foco de las burlas. Mis padres creían que yo era el culpable de mi soledad, porque según los tutores «era un chico tímido, muy asocial y debía cambiar».

En primero de bachillerato el cabecilla de los acosadores repitió y el grupo se disgrego. Empecé de nuevo, conocí personas maravillosas y entendí lo que era la verdadera amistad. Poco a poco reconstruí mi autoestima y rompí la coraza que cree durante esos años.

Antes de mudarme y empezar a estudiar en la universidad hablé con las personas que me hicieron bullying. No podía irme con esa espinita. «Tío, eran bromas, no sabíamos que te jodían tanto. De todos modos eras tan rarito, un poco friki. No hablabas con nadie, no te querías integrar, solo queríamos que te integrases.» Si me hubiesen dicho eso años atrás me habría sentido culpable, habría pensado que yo me busqué el acoso, pero en ese momento supe ver que no.” ― Daniel, 24 años.

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“Siempre fui objeto de insultos por parte del típico matón de turno, yo era el gordo desde preescolar, y debo decir que me daba igual. Tenía seis años, no me importaba mi imagen, jugaba con mis amigos y me lo pasaba bien, no le daba más vueltas. La primera vez que me dolió fue cuando llamó gorda a mi madre, en ese momento no pude evitar llorar lo que no había llorado por mí.

Cuando adelgacé y el insulto fácil de “gordinflón” dejo de tener sentido, pasó al de “mariquita”, y después al de “maricón”. Tampoco me importo, yo sabía y sé quién soy. Lo que realmente me cabreaba era no entender porque hacía eso, que tenía de malo ser gay, qué se le pasaba por la cabeza.

Pensé que yo había marcado un punto y final en esta historia, pero por desgracia la hermana de mi acosador tenía la misma edad que mi hermana más pequeña. Repitiendo la misma dinámica que yo, ella también fue víctima del bullying por el peso.  «Tú no puedes jugar en este arenero, este arenero no es para gente gorda», «tienes que ir detrás de nosotros como la gorda que eres», «esa es más gorda que tú, si quieres jugar con nosotros no puedes jugar con ella» o «además de gorda, eres estúpida» son algunos ejemplos de lo que ha soportado continuamente desde los 5 años. Mi hermana es una niña alegre y risueña, por lo que al verla triste y decaída decidimos investigar. Tras conocer el acoso al que estaba expuesta nos pusimos en contacto con los profesores. El bullying disminuyó, pero no frenó del todo. Los comentarios ofensivos se excusaban con frases como «es broma, en realidad somos amigas».

Mi otra hermana tampoco se libró del bullying. Recuerdo que cuando cumplió 13 años pasó por una temporada muy rara. Estaba callada, algo esquiva y muy introvertida, cuando siempre había sido todo lo contrario. Cada vez que le preguntábamos, ella decía que no pasaba nada, hasta que un día mi madre descubrió el problema. Encontró en el grupo de WhatsApp de su clase frases como «qué vas a decir tú, si eres más fea que un cardo», «con ese cuerpo de botijo que tienes no te va a querer nadie nunca», «lo que necesitas es un orgasmo para que se te quite esa cara de amargada», «tu primer orgasmo será a los 40 años, porque no te va a aguantar nadie». Tras hablar con ella y con los padres de los niños descubrimos que meses atrás, un chico pidió salir a mi hermana, pero que ella le rechazó. Ofendido por el rechazo, él decidió poner a la clase en su contra, y así comenzó el acoso. Por suerte todo acabó bien, los padres hablaron con los niños y la historia no ha ido a más.” ― Santi, 21 años.

Dos historias, dos personas y una sociedad involucrada directa e indirectamente que permanece pasiva ante el acoso escolar. Aunque surgen nuevas campañas y cada vez más gente se implica en la lucha contra el bullying, no es raro escuchar que son chiquilladas, que se soluciona pasando, e incluso que algunos casos están justificados.

Los colegios e institutos deberían ser lugares donde los niños se sintieran seguros, pero por desgracia para muchos no es así, ya que la escuela es un campo de batalla sin reglas y sin empatía. El acoso físico y psicológico aparece cada vez a edades más tempranas, y se manifiesta mediante actitudes como la represión, la discriminación, la homofobia, la violencia verbal y el castigo corporal. Los efectos negativos en la víctima tardan poco tiempo en aparecer, surgiendo problemas de inseguridad, timidez, distracción y un deterioro del rendimiento académico.tumblr_mzbn97Tg3h1rxi9lno1_500

En un clima de aislamiento el niño puede tomar dos caminos, callarse y esperar a que remita el comportamiento del agresor –la conducta más habitual– o hablar con alguien. Cuando la víctima decide afrontar el bullying por su cuenta, las secuelas se agravan, se vuelve un blanco fácil de trastornos como la ansiedad o la depresión y, como ya he mencionado antes, el rendimiento académico cae en picado, sin hablar de los problemas de autoestima que pueden aparecer. En cambio, si decide contarlo o si se descubre el bullying pueden suceder dos cosas. O bien el acoso desaparece gracias a la acción conjunta de padres y profesores o, como sucede en la mayoría de los casos, todos se lavan las manos. «Mi hijo no hace esas cosas», «seguro que se lo está inventando para llamar la atención», «le habrán llamado gordito una vez y ya ha hecho un mundo», «en nuestra época también se hacían esas cosas y mira, salimos bien». ¿Para qué sirve dar charlas antibullying en las aulas si luego los niños llegan a casa y les inculcan estos valores? Son esponjas, absorben lo que escuchan e imitan lo que ven.

Con esto no pretendo restar importancia a la gran labor que hacen las asociaciones antibullying en las escuelas, lo que quiero decir que es que no sirven de nada si no se complementan en los hogares.

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¿Cómo evitar el bullying?

Informar

El bullying es intencional y reiterado. La violencia puede ser verbal (insultos, motes, menosprecios en público, rumores o mensajes en persona y en internet), física (patadas, empujones, golpes con objetos, agresiones sexuales, robos o destrozo del material) y psicológica (amenazas, extorsión, exclusión, aislamiento o intimidación).

Es fundamental enseñar que el bullying nunca está justificado. Un niño, e incluso un adolescente, puede no entender que tiene de malo insultar o excluir al «débil»  de la clase, sobre todo cuando en su casa es educado con la ley del más fuerte.

No refuerces ni permanezcas indiferente ante el acoso, e informa a tus hijos o alumnos sobre la gravedad del mismo. Cuánto más sepan, más fácil será que lo detecten y actúen para evitarlo. Tan –o más– importante como educar a los niños en un entorno de violencia cero es enseñarles a actuar ante su presencia. No más víctimas, no más agresores y no más espectadores.

Prevenir

Aprende a identificar el bullying en todas sus formas. Observa el comportamiento del niño en el aula si eres su profesor, y en casa si eres su padre.

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Es importante que tanto adultos como niños desarrollen la capacidad de afrontamiento y mediación, así como fomentar cierta disciplina y reglas de convivencia en el hogar y en el aula. Por otro lado, debemos motivar a los niños para que se comprometan con valores de empatía, dejando de lado actitudes jerárquicas y discriminatorias.

Actuar

Para combatir el bullying es necesario promover actitudes y conductas positivas en casa, para que posteriormente se proyecten en el aula. Debemos enseñar a los niños la importancia de la solidaridad, el diálogo, el entendimiento, la comprensión, el apoyo, el compañerismo y el respeto, evitando comportamientos discriminatorios y agresivos.

Es fundamental mantener una red de apoyo formada por el círculo de confianza de la víctima. Es muy importante hacerle saber que también puede recurrir al orientador del centro, a los profesores o a un psicólogo. También puede consultar o denunciar el bullying a través del Ministerio de Educación llamando al teléfono 600 600 26 26.

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Por un mundo donde se nos trate a todos por igual, donde se respeten nuestras diferencias y donde podamos ser nosotros mismos sin temer las represalias. Di no al bullying.