Soy discapacitada. Soy gorda. Soy amiga. Soy hermana. Soy hija. Soy persona. En ese orden.

Pero para el mundo. Incluso, a veces para mí.

La mirada de los demás afecta. Pese a defenderme con mi carácter, me molesta y hay días en que me pregunto por qué a mí… Sin embargo, todos sabemos que de esto se trata la vida: de luchar y seguir adelante. De bancársela. Aunque a veces cueste, y aunque muchas veces la vida ajena parezca más fácil, sea porque el otro es delgado y alto, o rubio y de ojos claros, o que pueda hacer algo tan simple como bailar. No soy un ejemplo, como muchas veces me dicen. Solo hago lo que muchos también hacen. Es que la gente, la mayoría, se queda solo con el exterior, en mi caso, con la discapacidad y de allí que piensen que es genial animarse a salir a la calle aún usando un andador.

Soy consciente de que la discapacidad formó en gran parte mi personalidad y es la que, en algunas ocasiones, me saca las ganas de salir y divertirme pero, no me define. Soy una mujer joven que quiere ser querida, que quisiera poder formar una familia, que estudió Derecho y quiere trabajar de su profesión… nada de eso importa. Para la sociedad, solo soy alguien a quien hay que cuidar.

Y tengo amigas. Tengo amigas del colegio, de la universidad. Me gusta salir, de shopping o a tomar (el té o alcohol). Pero ojo, que no soy feliz todo el tiempo ni voy por la vida diciendo que me acepto tal cual soy. Tengo que ser sincera y reconocer que si bien 6 días a la semana agradezco por la buena suerte que tengo, hay 1 en el que me peleo con Dios y la vida por haberme hecho así. Como todos en algún momento.

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Sé que la sociedad ha avanzado, que hay una mayor apertura a tratar el tema de la discapacidad y cada vez hay mayor integración pero falta… Falta enseñar a las personas a no quedarse mirándome en la calle. Es que, además de ser discapacitada, soy gorda y me gusta arreglarme y ponerme cosas lindas. Tal vez para muchos solo haga el ridículo. Sé que el ponerme un broche en el pelo o un collar no va a cambiar cómo soy pero sí me hacen sentir mejor. Y no voy a dejar de hacerlo. Ni voy a dejar de seguir estudiando ni de seguir intentando lo que quiera. Conozco mis capacidades, hasta dónde llegan mis límites, y precisamente por esto, es que puedo empujarlos hasta el infinito. No soy la más fuerte ni la más buena; tengo días tristes y grises, como todos. Pero tras dos días malos, al tercero me pinto y me veo mejor en el espejo.

Porque de esto se trata, de que aunque sea difícil, no dejar que los demás me influyan. Si hubiera sido por los otros, me tendría que haber quedado en casa, agradeciendo lo que mi familia o mis cercanos pudieran proveerme.

Pero no soy así. Tengo y tenemos que salir y afrontar al mundo. Pintarnos los labios de rojo (o rosa) e ignorar a los que nos miran, a preocuparnos por lo que los otros piensan. Porque cuando ellos se van, las que seguimos estando somos nosotras.

Autor: Alejandra Álvarez