Te das cuenta de que todo tu mundo puede dar un giro de 360 grados en el momento en que la primera de tus mejores amigas os reúne a todas para dar la gran noticia. En el momento en que recibes el mensaje ya sabes que algo va a pasar y que seguramente no tiene nada que ver con planear una fiesta para ese fin de semana o organizar una escapada todas juntas. El día del encuentro vas dándole vueltas a la imaginación y la palabra boda es lo único que se te viene a la mente. Llegas al sitio de la quedada en cuestión y una vez estamos todas llega la gran noticia: ¡habemus embarazo! En ese momento todo son abrazos, alegrías, ganas de saber más y ganas de ver ya al bebé que será el nuevo miembro del grupo, el que va a ser el “niño de todos”, el mimado.

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Hasta aquí todo perfecto, un bebé es alegría, aunque por otro lado hace reflexionar sobre los posibles cambios que se van a dar, pero somos jóvenes y lo llevaremos entre todos.

Un mes después, nueva cita urgente de todo el grupo, además con insistencia para que estemos todos. Ahora sí, esto es boda, la amiga instigadora de la quedada es de las que tiene que pasar por el altar para poder hacer las cosas como dios manda. Esta vez está todo tan claro que no es necesario ni pensarlo más. Al llegar al lugar todo son confabulaciones sobre qué pasará hasta que llega la pareja y nada más entrar nos plantan en la cara, muy emocionados, un papel con un cuadro negro y a la vez nos anuncian la gran noticia, otra vez: ¡van a ser papás!. (Ya van dos). Una vez más todo son felicitaciones, enhorabuenas, preguntas. Por dentro mi cabeza empieza a plantear sus propias preguntas que van más allá de la alegría y empiezo a ver mi vida social con dos bebés, fuera fiestas, comidas en horario infantil, vacaciones familiares etc. Después de entrar en unos segundos de pánico yo misma me doy ánimo y me autoconvenzo de que no será para tanto y que podré con eso.

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Los meses van pasando, las barrigas de mis dos amigas cada vez son más gordas y se empiezan a notar los primeros cambios, (¿mierda y los niños aún no han llegado!) cambio de horarios (se ve que las embarazadas tienen mucho sueño), cambios en los restaurantes (olores fuertes prohibidos, picantes prohibidos, pescado crudo prohibido, embutidos prohibido, ensaladas prohibidas y así una lista de prohibidos que reducen la lista de lugares dónde se puede comer de forma decente). Poco a poco me voy adaptando, todo sea por la amistad, y ya me habituo al modo de vida social con embarazadas dentro, buscando eso sí mis vías de escape para no morir en el intento de ser la amiga ideal.

Han pasado seis meses desde el primer ANUNCIO, y un día por la mañana el grupo de Whatsapp está que echa humo, al abrirlo ya veo qué pasa, otra vez, esa foto negra, no puede ser, tengo que descargarla, seguro que es otra cosa… pero no, al abrirlo lo veo claro, bebé a la vista, (Ya van tres). El ritual de felicitaciones se repite, igual que en los dos anteriores, y ya se puede anticipar hasta cómo irá la conversación por unos días. Mi cabeza vuelve a empezar a maquinar, se me acaban los argumentos para justificarme a mi misma que todo va a ir bien, que nada va a cambiar y por otro lado me viene la idea de plantearme qué hago yo para que mi vida en seis meses (desde el primer anuncio) siga exactamente igual. Para evitar empezar a hiperventilar me doy ánimos a mi misma y decido no anticiparme, decirme que sólo son niños y que una amistad de treinta años no se va a romper por un bebé.

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Las semanas pasan, las barrigas crecen y mis conocimientos sobre el embarazo y su mundo empiezan a ser de nivel PRO (da miedito cuando me doy cuenta que se qué son las contracciones de Braxton, hasta cuándo puede una embarazada ir a la piscina, o la lista completa de la canastilla para el hospital). Ya me había habituado a la situación, y resignado también, hasta que en medio de una cena tranquila con una de mis amigas del grupo de nomamás me zampa el notición si esperarlo: ¡tachán! Bebé a la vista (y ya son cuatro). Mi cara de sorpresa no sabría decir si lo era o podía ser de pánico. Mi mente empieza a ir muy rápido y me manda imágenes del futuro, allí mismo un año después. Cuatro bebés, con sus cuatro mamás primerizas, cuatro papás primerizos, cuatro cochecitos, cuatro bolsas, cuatro de todo. Ahora sí, ya no era capaz de darme argumentos, mi mundo y vida social se venía abajo. No quería que nada más cambiara, debía idear un plan para poder seguir el ritmo que mis buenas amigas habían marcado y no morir en el intento, así que me convertí en la amiga no embarazada perfecta. Ellas no lo sabían pero sin saberlo habían creado una experta en bebés y el mundo del embarazo, tengo que decir que ya había una parte que venía de serie ya que soy profe, pero aún así fui sabiendo más y más. Eso me permitía poder estar con ellas sin sentirme la rara pero por otro lado sentía que poco a poco perdía parte de mi juventud, yo quería seguir con mis sesiones de compras, spas, cenas y discotecas y eso cada vez se hacía más complicado.

Los bebés empezaron a llegar, y cada vez que uno nacía se vivía como una gran fiesta, que después del segundo pasó al ser como el día de la marmota ya que fueron cuatro bebés seguidos, con sus cuatro partos y como consecuencia todas toditas las explicaciones sobre el parto (nuevos conocimientos para mi enciclopedia mental que hacían que al final dudara si era yo la que había tenido a los niños).

Los meses fueron pasando y los bebés creciendo, y la vida social, tal y como yo me imaginé, cambiando. La situación me hizo poco a poco replantearme mis días y darme cuenta por un lado que mis amigas seguían siendo mis amigas y por otro, que no debía dejar que sus niños, que me los como con patatas porque los quiero como si fueran míos, no tenían que dejarme sin fiesta, sexo, compras y mil experiencias que me quedaban por vivir, porque las mamás eran ellas y no yo.

*Basado en hechos reales, bueno, en realidad resumen de mi 2015 tal cual.

Inma