A una, que se educó en un colegio de monjas, le enseñaron a poner la otra mejilla, a comportarse como una señorita, a ser educada y a que a los mayores no se les lleva la contraria – vamos, que lo de anteponerme a mí si eso para otro siglo. El problema es que no le enseñaron que la paciencia tiene un límite, que con los años las cosas te la van sudando y que una es más feliz poniendo los puntos sobre las íes.

Porque sí, todas conocemos a esa ancianita vecina de tus padres que se encarga de decirte que has engordado; a ese jefe que te pide el informe a última hora y te hace cancelar tus planes; a esa cajera de supermercado que te mira con malos ojos cuando en la cinta transportadora metes los donuts y las chucherías, o incluso… ¡a esa nueva seguidora de IG que promete cambiar tu vida ayudándote a adelgazar!

Y tú siempre sonríes tímidamente y miras para otro lado, pero llega un momento en el que decides contestar. Por salud mental, por cortar de raíz la dinámica y porque la gente entienda que sus comentarios no te interesan absolutamente nada. Y eres más feliz. Y así, comienzas a agradecerle a la ancianita su báscula visual pero le recuerdas que ella también está más vieja; al jefe le dices que mañana será otro día y que entregarle el informe será tu prioridad dentro de las horas de trabajo por las que te paga; a la cajera le indicas que este cuerpo serrano hay que mantenerlo y a la nueva seguidora que se alimente a batidos si ella quiere, pero que de querer cambiar ya te pondrías tú en faena y desde luego no sería con alguien que no es nutricionista.

En ese momento, comenzarás a no juzgarte con la vara de medir del resto, a no preocuparte por lo que la gente piense o deje de pensar y a guiarte por ti misma. Y el universo se abrirá ante ti. Descubrirás que anteponiéndote a ti frente a las opiniones del resto también aprenderás a priorizarte. A no hacer planes porque toquen (un minuto de silencio por esa visita que no te apetece hacer y por la que renuncias a una tarde estupenda) y a no tragar con todo por educación.

Y cuando todo eso pase, te acordarás de aquel día que dijiste “basta”, que rompiste las cadenas y que valoraste tu libertad por encima de los demás. Y las visitas no serán castigos, las palabras no serán puñales e incluso llevarás con más alegría las situaciones que antes detestabas. Porque tú eres primero y eso no significa ser egoísta, sino afrontar la vida de una manera mucho más feliz y optimista que se traduce en un bienestar impagable.