Poco se habla de los suicidios en la prensa (dicen que porque no quieren provocar un efecto rebote), pero es la primera causa de muerte no natural en España, muy por encima de los accidentes de tráfico o de la violencia de género. Unas 4000 personas el pasado año. Sigue existiendo ese estigma, esa culpabilización a la persona que lo lleva a cabo y los de su alrededor por no ser capaces de darse cuenta. Es un tema tabú.

Pues por este mal oculto, a partir de este año, mis navidades acaban antes. El primer lunes del año 2016 quedará marcado en mi calendario de la vida como el día en que se acabó mi juventud. Darte cuenta de que ya no somos niños, ni jóvenes, de que ya somos/debemos de ser adultos con nuestras vidas conducidas (hacia donde sea), nuestros trabajos (con suerte), nuestras familias (la asignada y la elegida)…

Mi amiga decidió ese día, ese maldito lunes, que no había necesidad de seguir viviendo y sus amigos, su otra familia, no paramos de preguntarnos en qué hemos fallado, dónde ha estado nuestro error. Y conviviremos con esa culpa el resto de nuestras vidas. Y lloraremos. Y nos enfadaremos con ella, con nosotros, con la vida. Y volveremos a llorar.

Las elecciones que hacemos en nuestra vida,  por pequeñas que sean, deciden cómo va a ser a partir de ese momento. Los pequeños errores se pueden convertir en aciertos, las decisiones más meditadas pueden ser un gran fracaso.

No somos conscientes en el día a día de la suerte que tenemos, deberíamos decir a diario lo que nos queremos, dar todos los besos posibles, abrazar más, porque la felicidad es arrebatada en una llamada de teléfono y ya no hay vuelta atrás.

Cuando una persona decide irse para siempre, no sólo se lleva por delante su vida, también se lleva parte de la vida de las personas que han formado la suya en cualquier momento. Soy como soy gracias a ella. Se ha llevado parte de mí. Y duele. Mucho

Anónimo.