La 87ª edición de los Oscar ha resultado ser una de las más reivindicativas de las que se tiene memoria. Ya hay un comentario que hace referencia a esto en el artículo «Momentazos de mujeres en los Oscars», pero me voy a permitir abundar en ello. Además de las lógicas referencias a las enfermedades de los personajes gracias a los que ambos intérpretes principales obtuvieron su estatuilla dorada (la E. L. A. y el Alzheimer), destacaron algunas otras. Como la denuncia de Alejandro González Iñárritu hacia el maltrato a la inmigración por parte de un país fundado por inmigrantes, a raíz del bloqueo del acta de inmigración de Obama por parte de un juez de Texas. O la apasionada defensa que los músicos Common y John Legend hicieron en contra de cualquier tipo de discriminación (“de raza, género, religión, orientación sexual o estatus social”), para terminar recordando que a día de hoy “hay más hombres negros bajo control penitenciario que esclavos en 1850”. La palma se la llevó Patricia Arquette, reclamando la igualdad de salarios y de derechos entre hombres y mujeres ante la absoluta ovación de las mujeres presentes en el Kodak Theatre, ejemplificadas en la gran Meryl Streep.

Sin embargo, quiero detenerme en otros dos discursos, uno de los cuales cita Marta en su comentario, que tocaron un tema común. Un tema generalmente tabú, del que no se suele hablar en público: el suicidio. El premio al mejor cortometraje documental fue para la producción de HBO Crisis Hotline: Veterans Press 1, que presenta el trabajo de una línea telefónica de ayuda a veteranos de guerra, para prevenir su suicidio. La productora y la directora del documental salieron a agradecer el premio y a reconocer tanto la labor de los veteranos como la de los trabajadores de la línea de ayuda. Como se pasaron de los 45 segundos de rigor, la orquesta empezó a tocar, pero se acalló súbitamente cuando la productora Dana Perry dedicó la película a su hijo, fallecido a la edad de quince años, para decir a continuación: “Debemos hablar del suicidio alto y claro. Esto es para él”, dando a entender que se había quitado la vida.

Todavía fue más conmovedor el discurso de Graham Moore, por el guión adaptado de Descifrando Enigma (The Imitation Game), la película que ha servido para introducir al gran público la figura de Alan Turing. Moore comenzó diciendo lo injusto que era que él estuviera en un lugar como ese escenario sin que Turing hubiera tenido la oportunidad de recibir el reconocimiento que merecía. Y a continuación dejó a la audiencia helada con una declaración que posteriormente confesó no haber preparado, pero que no podía dejar de hacer. “En el breve tiempo que tengo aquí, lo que quería hacer era decir esto: cuando tenía 16 años, intenté matarme a mí mismo porque me sentía raro y me sentía diferente, como si no perteneciera a este mundo. Y ahora estoy aquí de pie… y quisiera que este momento fuera para una persona que está en alguna parte, que se siente rara o diferente o que no encaja en ningún sitio. Sí, encajas. Te prometo que sí. Sigue siendo rara, sigue siendo diferente, y entonces, cuando te toque a ti, y estés de pie en este escenario, por favor transmite el mismo mensaje a la siguiente persona que lo necesite. ¡Muchas gracias!”

En ese momento no pude evitar acordarme de aquella chiquilla de 14 años que se suicidó la semana pasada en Perú porque en el colegio la llamaban “gordita”. No le llegó el mensaje de Graham Moore solo por tres días. Tan solo nos queda preguntarnos cómo se podría haber evitado, pero esta pregunta no tiene una respuesta sencilla. Nunca la tiene. Cada suicidio es único y particular, y no se puede establecer una clasificación lo suficientemente precisa para englobarlos a todos. Las circunstancias que pueden empujar a una persona a no plantearse otra solución para poner punto final a su sufrimiento que no sea terminar con su vida, son un misterio para los demás. Lo son porque no sabemos cuántas pueden ser, qué las puede motivar y, por encima de todo, porque no somos esa persona.

Tal vez si alguien hubiera hablado con ella, si le hubiera dicho algo como, por ejemplo: “¿Eres consciente de lo hermosa que eres? ¿Sabes lo maravillosa que es la conjunción de cosas que han sucedido para que tú estés ahora aquí? La gente tiene la mala costumbre de tener una opinión sobre todo, y en tu entorno, en la escuela, es más fácil ponerse del lado de la mayoría, copiar lo que hacen los demás. Porque si no, si se desmarcan, también les señalarán a ellos. Así que te dicen “gordita” porque tienen miedo, porque están asustados. ¿Qué importa lo que digan? Que hablen todo lo que quieran y más, solo son palabras y no tienen ningún poder sobre ti. Solo te afectan porque tú lo permites. Eres hermosa, eres maravillosa, toda tú lo eres. Nunca lo olvides. Por encima de lo que te digan, lo eres. ¿Que vuelves de la escuela y te sientes mal porque te han dicho algo? Aquí tengo una canción para ti, a buen seguro que tras escucharla varias veces la cantarás a viva voz y te habrás olvidado de lo otro”. Es posible que no hubiera servido de nada, pero quiero creer que sí.

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El mundo en el que vivimos no es maravilloso, lo sé. Pero incluso tras un día rojo como los que a veces sufría Holly Golightly podemos encontrar pequeñas ayudas para sobrellevar nuestra experiencia vital. Hay quien lo consigue zambulléndose en los libros de Stephen Hawking, una de las mentes más privilegiadas de nuestra generación, pese a estar encerrada en un cuerpo que se empeña en silenciarla. Se puede disfrutar con el Claro de luna de Debussy. Yo nunca me he sentido más próximo a tener un episodio de síndrome de Stendhal que viendo el David de Miguel Ángel en la Galería de la Academia de Florencia. Y si Italia nos coge a desmano, en el Reina Sofía de Madrid puedes estar horas contemplando el Guernica de Pablo Picasso. Sí, el mundo no es maravilloso, pero tiene edulcorantes que lo compensan con creces.

No tengamos miedo a hablar del suicidio. Se dice que al hablar puedes acabar metiendo en la mente de alguien una idea que antes no existía ahí, pero la otra cara de la moneda es que al sacar el tema a la luz tal vez se ayude a alguien a dejarlo atrás, y no guardarlo como una solución extrema y definitiva. Y por favor, hay que comprender que en el peor de los casos, por mucho que hayamos intentado ayudar a alguien que al final no ha tenido auxilio ninguno, el desenlace no es responsabilidad nuestra. No hay “algo más” que se podría haber hecho para evitarlo. Por terrible que sea, hay quien lo ve como el último (e incluso tal vez el único) acto de libertad que ha realizado en su vida.

Autor: Fonso  @fonso_fg