Ahora que has cumplido un año, que has aprendido a caminar y ya dices tus primeras palabras.

Ahora que ya haces pedorretas, pompas con la boca y hasta bailas tu canción favorita.

Ahora que lo llenas todo de agua a base de salpicones a la hora del baño.

Ahora que te veo y me muero de amor, quiero contarte de forma muy resumida, y muy breve, cómo ha sido mi vida desde que supe que existías.

Quiero decirte que no fue fácil, que tuve mucho miedo, porque antes de ti tuve un aborto que me abolló emocionalmente, lo que hizo que no disfrutara al cien por cien de nuestros nueve meses en el mismo cuerpo.

Quiero decirte que, aunque me juraron que el parto no era para tanto, sí lo fue. Yo quería que fuera natural, bonito y emotivo. Y acabé hasta arriba de medicamentos para provocar tu nacimiento, y una cesárea de urgencia en la que entré despierta, y tuvieron que dormirme después de que me ataran y se dieran cuenta al rajar de que sentía el dolor. Todavía tengo pesadillas con ese momento, y recordaré siempre lo último que pensé antes de dormirme: «Dios mío que no se muera, que no me muera».

Quiero decirte que cuando desperté, no sabía dónde ni cómo estabas, y jamás he sentido tanto miedo en mi vida. Y cuando por fin te tuve en mis brazos destapé la manta que te cubría y toqué tu cuerpo, conté tus dedos y miré tus ojos para cerciorarme de que eras real, pero el dolor físico y emocional seguía ahí.

Quiero decirte que los primeros días viví entre el deseo de llorar, el dolor y el agobio infinito porque la gente no dejaba de llegar y dar por hecho que tenía que ser feliz, porque sí, porque es lo que tocaba, así que tuve que escuchar muchas cosas como: «¿Verdad que ya ni te acuerdas?» «Qué bien, al final te durmieron y ni te enteraste» «Ya mismo a por el segundo» «Mi parto sí que fue malo».

Quiero decirte, que por si no fuera poco, tuve que dar un millón de respuestas a preguntas absurdas, y aguantar consejos inútiles acerca de cómo debía ser una madre perfecta. El salón de casa se convirtió en un debate continuo sobre dar el pecho o el biberón; cogerte cada vez que lloraras o dejarte en la cuna para que no te acostumbraras; darte un chupete o mejor no, que tienen muchas bacterias; darte manzanilla para la barriga, o no, que ya no se hace eso, y un sinfín de cosas más.

Quiero decirte que en esos días en que mi barriga se constituía de grapas que tiraban, ardían y dolían, casi nadie se preocupó de mi estado, y sentí rencor hacia todos los que pensaban que no podía poner mala cara, porque te tenía a ti, que eras el mejor regalo de compensación. ¡Y sí! Es verdad, pero también es verdad que sufría, y sentí que no importaba.

Quiero decirte que lloré a escondidas muchas veces, porque te miraba, y sentía que me moría de amor, pero había algo que no me dejaba ser feliz al cien por cien, y hasta llegué a pensar que quizás, después de todo, no valía como madre. Había tenido una hija y era una madre de mierda, porque no estaba dando botes de felicidad las veinticuatro horas del día.

Quiero decirte que el sueño me hizo enloquecer alguna noche, y acabé llorando mientras te mecía en el salón y tu padre se unía a nosotras, impotente y sintiendo nuestro cansancio. Agotados, pero afianzando nuestro vínculo.

Quiero decirte que pasado el tiempo, cuando llegaron las críticas porque no había perdido los kilos sobrantes de mi embarazo, volví a hundirme y permití que me hicieran daño. Me comparé con las amigas que habían parido y recuperado su figura, y volví a sentirme mala madre.

Quiero decirte que en este año me he sentido muy mal, muchas veces, pero también me gustaría que supieras que cuando no podía más, admitía que no soy de hierro, y aunque hubiese querido poder con todo como una verdadera super woman, lloré mientras me refugiaba en los brazos de tu padre y él me prometía que lo estábamos haciendo bien, que seguía siendo preciosa y que todo acabaría encajando.

Quiero decirte que ahora, después de un año, he aprendido que el problema no soy yo, o lo que sentía. El problema es que permití que me dijeran cómo debía actuar, sentirme y ser.

Y por último, quiero decirte que no te preocupes, porque mamá ha aprendido la lección, y ahora sí soy una super woman, porque ya no me permito creer que todas lo hacen bien menos yo. Ahora, cuando pienso que quizás me estoy equivocando te miro, me sonríes, y me convenzo de que no necesito más aprobación que la tuya.

Cherry