Fui una mujer maltratada… Sí, lo fui. Mi estreno en el mundo del amor fue con un maltratador. A mis 18 años era toda una inexperta en el tema de relaciones, tanto románticas como las no románticas. Y una tarde me armé de valor y salí a dar un paseo con un amigo. Ese día lo conocí, y aunque hoy por hoy no sé qué se me pudo pasar por la cabeza, me gustó, y dos días después me pidió salir. Y yo me sentía genial pues el fruto de mi valentía para salir una tarde me había traído un novio, un chico que me gustaba y yo le gustaba… Uuuf, eso, amigas, siendo lo insegura que yo era, me hizo sentir como si hubiera ganado el premio gordo, «¡estaba equivocada! ¡Yo sí valgo!» recuerdo que escribí en mi diario.

El primer mes todo fue bien, era mi primera relación seria, tampoco sabía mucho que era lo que tenía que esperar de aquello ni lo que se esperaba de mi. Lo curioso es que aquel amigo que nos presentó la tarde de mi valiente decisión, una mañana habló conmigo, y me advirtió sobre él, me dijo que no era tan bueno como parecía… Pero yo estaba tan en las nubes que apenas lo escuché.

Tengo las fechas un poco liadas, así que tendréis que perdonarme si me lío un poco. El caso es que no lo vi venir, y en varias pequeñas dosis fue dándome pautas a seguir: No te vistas así que llamas mucho la atención, no abras otra vez la boca que son mis amigos, hoy estás mas tonta que nunca, que estúpida eres, eso que piensas está mal si no es como pienso yo, estás cada vez mas gorda come menos… En fin, un montón de pequeñas cosas que sin darme cuenta se fueron colando en mi rutina. Tanto, que en la primera discusión grande que tuvimos, nunca lo olvidaré, fue cuando el primer «Gran Hermano» se estaba emitiendo, y dije como una tontería que me haría gracia entrar en la casa… Aquello desató un infierno. Me dijo de todo, que si era una puta porque yo quería entrar para acostarme con otros, que si quería ridiculizarlo, que si era una retrasada por hacerle eso a él… Y llegó el primer bofetón... No recuerdo mucho más, sólo que al final fui yo quien terminó consolándole a él por lo que me había hecho a mí. Sí, como leéis. Al final el «pobrecito» era él, siempre era él aunque la insultada y humillada fuese yo, aunque el golpe lo hubiera recibido yo. Y creedme cuando os digo que aquel bofetón, que aquellas patadas, jalones de pelo, cabezazos, algún que otro pellizco, y muchos moretones ocultos después de aquel día, dolían mucho menos que cualquiera de sus palabras de desprecio. Pasé miedo, miedo por verlo, miedo por no querer verlo y que lo notara y que se enfadara, miedo a que alguien me saludara por la calle cuando estaba con él y miedo a que cuando no estaba con él, alguien le contará que me había visto, miedo a que notara que en la cama me quedaba mas fría que un témpano, miedo a que viera que después de que me tocara me sentía sucia, miedo a tener una opinión diferente… miedo a… miedo a… miedo a… Miedo… Es una palabra de 5 letras nada más, pero ni os imagináis cuanto puede llegar a pesar sobre tus hombros. Aunque también había días buenos, y no faltaban las promesas de que no lo volvería a hacer, y los días de «qué guapa estás, así sí da gusto ir contigo a la calle».

Y muchas pensareis ¿por qué lo permitiste? Os voy a decir algo desde mi experiencia personal. Antes del primer bofetón, un maltratador se allana el camino. Te anula como persona, anula tus ideas personales, tus sentimientos, te anula a ti por completo. Te aisla y te deja sola, hace que te alejes de todos, por miedo a sus celos, por miedo a enfadarlo, incluso te alejas de tu familia por miedo a que noten algo y te digan lo que no quieres escuchar, y por miedo a que a él le digan algo que luego acabe contra ti. Te quedas sola, tu vida gira en torno a él, a no enfadarlo, a satisfacerlo siempre por miedo. Te hace creer que eres lo peor, de modo que cuando te golpea la primera vez en tu cabeza solo resuena «te lo has buscado, te lo has ganado». Y así sigue resonando todas y cada una de las veces que te insulte, humille o golpee. Así que no, no se lo permití yo. Yo ya no estaba allí, la que se lo permitió fue aquello en lo que me moldeó.
No sabéis cuantas veces he oído eso de «pues si un tío me pega, yo se la devuelvo» o «yo lo denuncio en seguida» o eso otro de «yo lo dejaría sin pensarlo». Incontables son las veces que también he oído eso de «es que esa mujer fue tonta» cuando sale en la tele un caso de muerte a manos de un maltratador. Y no amigas, no niego que seáis así de fuertes, ni que seáis así de valientes y que vayáis a poder devolver o no el golpe. Pero en realidad, esas mujeres que lo permiten ya no están ahí, esas ya no son ellas mismas, no son tontas, no quieren permitírselo, pero ya no son ellas, son marionetas en manos de un animal, sin alma, sin voz propia, sin estar ahí…

¿Cómo conseguí dejarlo? A día de hoy (tengo ya 31 años) todavía me lo pregunto muchas veces a mi misma. Y siempre llego a la misma conclusión… también fue por miedo. Fue después de la peor de las discusiones que tuvimos. Recuerdo que primero me dio un manotazo que hizo que la cabeza me golpeara contra la pared. Recuerdo su cara, llena de ira, pegada a la mía mientras me gritaba. Estábamos en un paseo de mi ciudad por donde pocas personas pasan y yo estaba aterrorizada… Me cogió por el cuello, y sólo pude pensar en que mis pies ya no tocaban el suelo… ¿por qué mis pies ya no tocan el suelo? ¿por qué he acabado así? Aún lloro recordándolo… En la nube en la que me vi envuelta mientras mis pies buscaban un refugio, creo que vi incluso a una pareja de ancianos pasar y mirar y no hacer nada. Creo que pensé que estaba sola, que ya no tenía a nadie, que qué más daba ya si acababa ahí o no, si ya no me quedaba nada ni nadie. Fue como verme desde fuera dentro de una esfera vacía, silenciosa, aislada … Al final me soltó, claro. Todo el cuerpo me temblaba, toda mi alma temblaba. Sentada en el suelo, contra la pared, intentando recuperar el aire, lo oía de fondo gritar, golpearse a si mismo mientras me decía «mira lo que me has obligado a hacer, me has convertido en esto, la culpa es tuya».

Nunca llegué a decirle las palabras «te dejo» ni «se acabó» simplemente me encerré en casa, en mi habitación, lloré en silencio. Ni siquiera fui capaz de decirle a nadie lo que había pasado. Mi habitación ya no era lo que me encerraba, era yo misma la que estaba dentro de mi.

Dos semanas después, yo ya había tenido tiempo para pensar en muchas cosas. Le mentí y le dije que había estado malísima, y que por eso no había estado con él. Pero le pedí que me escuchara, que tenía que hablar con él. Gracias al cielo, ese fue uno de sus días «buenos». Recordad que esa no era yo… Lo que hice fue decirle que me odiaba a mi misma por convertirlo en ese monstruo. Que él no se merecía a alguien que lo arrastrara a odiarse, que era mi culpa, y que lo mejor era que me dejara. Me amenazó con suicidarse, y utilicé su propia estrategia para demostrarle que tenía esas ideas por mi culpa y que yo no le convenía. Ese fue el final. Es curioso, pero por aquel entonces creía en esas palabras… Yo era la mala, yo lo había empujado a todo eso.

Meses de encierro, de pesadillas, de salir a la esquina de mi casa e ir mirando a todas partes por si estaba allí, miedo y más miedo. Fue un año muy largo. Me remendé, aprendí de nuevo a mirarme al espejo, a decidir lo que me gustaba y lo que no… Aprendí mucho de mi misma y creo que por eso sólo tardé un año en volver a reunir el valor para salir al mundo de nuevo, sé que podría haber sido mucho mas tiempo.

Aún me sorprendo encogiéndome involuntariamente cuando oigo a un hombre gritar, y con pesadillas muy muy espaciadas. Mi seguridad aún no es tan fuerte como me gustaría, pero al menos puedo decir que caí y me levanté, gané la batalla.

Gané y aquí estoy, tengo 31 años, llevo 12 años con mi marido y tenemos un hijo de 7 que es el ancla de mi vida, de los dos. Estoy gorda y soy un pequeño desastre, o más bien un terremoto, sé lo que se espera y lo que no de mí en nuestra relación y sé lo que quiero y espero de nuestra relación, y lo que no quiero ni en pintura. Encontré mis hobbies, encontré mi propia opinión, encontré mi voz y me reencontré a mi misma. Mi marido tuvo paciencia, y me ayudó muchísimo al principio de nuestra historia con todo, y no me moldeó, sólo me acarició con su amor para que yo tomara la forma que yo quisiera. Se ha ganado el cielo, mi cielo y él ha montado allí nuestro castillo en las nubes.

Ojalá mi experiencia pueda ayudar a otras personas a abrir los ojos como yo pude abrirlos, y a no perder la esperanza si acaba de pasar por algo así. Se puede volver a vivir, se puede recuperar a quien una vez fuiste.

Autor: Eva.