En mi adolescencia ya sabía de dietas y nutrición mucho más de lo que cualquier revista ‘’femenina’’ pudiera saber. Y como muchas otras personas del mundo, el único impedimento que tenía en la tan fácil y difícil tarea de ser feliz era mi peso (o eso creía yo). Una de mis miles de dietas cayó en temporada de rebajas, a las que acudí sin ningún tipo de remordimiento. En una tienda encontré un pantalón tejano, gris oscuro, con unas tachuelitas y cremalleras monísimas, miré la talla… una 38… Una 38 jamás hubiera entrado en mi cuerpo de la 46, pero me dije a mi misma: ‘Estás a dieta y ya has perdido un par de kilos, esta puede ser tu motivación’’.

Lo compré.

pantalones

Durante un par de meses estuve comiendo cual pajarillo y haciendo un montón de horas de ejercicio cada semana. Perdí muchísimo peso, pero a mis oídos seguían llegando comentarios tales como:

‘’Estás rellenita, pero bueno’’
‘’Quizás tienes algo de sobrepeso, eh… Yo iría a un especialista’’

Conseguí entrar en el pantalón de la talla 38 que llevaba guardando durante más de un año, además de crecer varios centímetros de altura, pero yo seguía viéndome como aquella chica de la talla 46.
En poco tiempo, ese pantalón comprado en rebajas me iba grande.
‘’¡Ahora estas normal! ¡Enhorabuena!’’
‘’Eres una chica grande, la gente es idiota, no les hagas caso’’
‘’¡Vivan las curvas!’’
Sólo una persona se dio cuenta: ‘’Estás adelgazando demasiado, me preocupas…’’
No le hice demasiado caso.
Dejé atrás las horas de gimnasio y las dietas estrictas, descubrí los blogs curvies y empecé a vivir. Quise recuperar los años perdidos ahora que por fin había alcanzado un cuerpo normal y la gente me trataba como a cualquier otra persona delgada.


Ha pasado un año desde que dejé esa vida atrás
, me pasé al vegetarianismo y hago ejercicio de forma divertida, nada de máquinas pesadas de gimnasio. Para mi sorpresa, mi cuerpo reaccionó a ello dándome un cuerpo sano, un cuerpo sano que no consigue cerrar el botón de ese viejo pantalón de la talla 38. Me asusté al darme cuenta de ello: ‘’No puede ser, no…No quiero volver a ser el hazmerreír de todo el mundo’’. Busqué fotografías de cuando ese pantalón me iba como una bolsa ancha y entonces entendí la preocupación de aquella única persona que supo verlo.

Los huesos de mi espalda eran tan grandes como siempre, pero prácticamente sin carne que los cubriera. El hueso de mi cadera sobresalía de mi trasero. Las camisetas y las chaquetas ajustadas me iban cual sudadera de rapero. Pálida. Mi cara se había convertido en sólo mandíbula y mis ojeras estaban marcadas. Mi exuberante pecho había desaparecido.

‘’Una 38 es una talla muy común’’ pensaréis. Por supuesto que lo es, pero no en mi. Por eso, no quiero volver a entrar en ese viejo pantalón  y haré oídos sordos a los comentarios de una sociedad a la que le importa bien poco la salud.

Autor del texto e ilustración: Sheila Türkis