Aquí me veo: a veces pienso que estoy en el mismo punto de la vida, el mismo en el que otros entraron y salieron, y sigo quedándome la última para cerrar la puerta. Pienso que no ha servido de nada, que ningún logro se acentúa en mi persona. Que está todo patas arriba y pierdo la cuenta de los escalones, de los libros amontonados y las ideas que no llevo acabo. Siempre me disculpo diciendo que es complicado, que no he elegido el camino más recto pero que tampoco lo busqué.

Que dejé relaciones a medias, sueños sin pedir en deseos y nadie me avisó de que el cordón de la zapatilla lo llevaba suelto mucho tiempo.

Me suelo poner triste pensando en que podría haber conseguido algo más, más elemental de lo que soy, inquietudes extremas, un novio bohemio, la titulación en un grado de ingeniería, un sueldo alto, la casa limpia y muchas personas esperando cosas de mí. Porque creerían en mí, en mi potencial, en mi intelecto, en mi capacidad de ser formal, seria… y salir de juerga cada sábado con el grupito de amigas de la universidad, y que me envidiaran.

Yo también podría haber resuelto mi vida así. Podría haberme dejado llevar, hacer como hacen los demás: lo correcto pero que te deja un sabor agrio. No dejar el bachillerato a mitad, aprender a tocar un instrumento y salir a correr para liberar tensiones. Podría haberme dejado querer antes de los 17 como mis amigas hicieron, salir con chicos mayores, llegar a casa pedo y que mamá le hablara a todo el mundo de que nunca paraba en casa. (Se hubiese enfadado pero estaría tan orgullosa, me la imagino).

Porque en mi casa siempre se ha visto como fracaso estar perdida y que no me gustase las discotecas. Siempre es fracaso gastarme el dinero en conciertos de grupos que nadie conoce y no traer a ningún hombre a la comida de los domingos. Que prefiera el negro al rosa, los dibujo en A4 de mi escritorio que mamá no mira fijamente.

Siempre me he sentido una decepción, no ser nada de lo que los demás esperaban, porque tenía muchas cualidades para triunfar y tener mogollón de likes en el viaje a Nueva York que nunca hice, les hubiese flipado a todos las fotitos desde arriba en el césped con aquel chico que nunca presenté, mis estados de felicidad y santo cristo, mis lamentos: hubiesen flipado también.

Pero tuve que salir indecisa, reservada y luchadora sin cuenta en Facebook. Qué putada, familia y conocidos lejanos. Qué putada que creáis que no valgo la pena porque no sabéis nada de mi vida, de lo que me ha costado y me cuesta ser yo. De lo que poco a poco voy consiguiendo por mí misma, por mis medios, por impulsos y fracasos. Lo siento si no me estoy graduando en un doctorado, que vivo con mamá y si pensáis que mi himen está intacto. Soy mucho más, y me alegro de haberme equivocado tantas veces, porque estoy probando todo, abriendo mucho los ojos y no siguiendo ninguna norma impuesta.

Porque me quedan un montón de cosas por conseguir y vais a flipar cuando las consiga.

Asterisco.