Llevo toda la vida escuchando como la gente me dice: «joder, tía, es que eres muy grande.»

Muchos son los que dicen grande porque no se atreven a decir GORDA y supongo que como soy alta es más fácil escudarse tras la palabra GRANDE, no vaya a ser que si llamamos a las cosas por su nombre pase algo.

El caso es que cada vez que me dicen que soy grande, gigante o como lo quieran llamar no siento que lo digan como algo negativo en sí. La sensación que me transmite la gente es la de miedo, como si en el fondo quisieran decir: a ver quién tiene narices a meterse (dónde sea, cómo sea, en el ámbito que sea) contigo.

Me acuerdo perfectamente como con 16 años, cuando empezaba a usar tacones, mi madre me decía que me dejase de historias, que si me ponía tacones iba a parecer más grande aún y que así iba a dar miedo a los chicos. No se lo tengo en cuenta porque sé que me quiere con locura y porque sé que en el fondo ella aún no ha conseguido llegar al punto de aceptación que podemos tener muchas de nosotras.

Pero de esta anécdota podemos sacar muchas conclusiones, y a mí sinceramente la que más miedo me da es la de la idea de que las mujeres tenemos que ser dóciles, manejables y que si imponemos no vamos a complacer a ningún hombre.

Os juro que me dan escalofríos solo de pensarlo, pero es la cruda realidad. ¿Cuántas veces habéis escuchado eso de: mi novio es más bajito que yo así que no me pongo tacones? Porque yo mil millones de millones de veces y me repugna.

Seguramente Betty sabría explicarnos a la perfección de dónde viene toda esta mierda que tenemos en la cabeza pero yo me voy a centrar en lo que me pasa hoy, en lo que escucho hoy cada vez que le enseño mis tacones nuevos a la gente, en la sensación de sumisión que parece que debemos aceptar cuando nos relacionamos a nivel sexual y afectivo con alguien solo por el hecho de ser mujer.

Apaga y vámonos

Soy gorda y alta y tengo el mismo derecho que las que miden 1,60 y pesan 60 kilos a ponerme todos los tacones que me de la gana y acompañarlos con las faldas de tul más pomposas que me encuentre en el mercado a juego con la camisa de hombreras más grandes que existan.

No tengo que vestirme para complacerte, en primer lugar; y en segundo lugar, conóceme por favor.

Quítate la venda de los prejuicios de una puñetera vez. ¿Acaso no es Hagrid el ser más adorable del mundo mundial? ¿Es que acaso no imponen los escorpiones? Porque chica, no he visto ninguno en mi vida pero os juro que me dan más miedo que mi perra de 50 kilos.

Que me lo envuelvan para regalo YA!

Que impongan mis palabras, mi actitud o la forma en la que muevo mis caderas al andar, pero que jamás imponga mi fisionomía porque entonces, el mundo se va a la mierda.

No tengo más mala leche que tú por medir y pesar más de lo establecido, no gruño, ni muerdo (a veces sí, pero solo a veces, jur, jur) ni me como niños a escondidas después de pasarlos por el puchero. Tengo el mismo derecho que aquellos a los que saco 30 cm de altura a que me gusten las caricias, los mimos y los floripondios.

Así que la próxima vez que te cruces conmigo en el camino recuerda que aunque los monstruos de las pelis sean grandes, más grandes son los prejuicios que te rondan la cabeza. Yo seguiré mi camino con todos los Atreyus que sepan valorar la magia de sus Fújur.

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Imagen de portada: Brienne de Tarth