Soy de esas que hace listas, que tiene una agenda en la que anota cada cosa que le pasa y disfruta tachándola una vez que ya ha sucedido. Soy de las que creen en los propósitos de Año Nuevo y en que cada lunes empieza una dieta nueva. Quizá soy de las que piensa que si se apunta en algún sitio, hay que cumplirlo. No valen excusas.

Por eso, hará como cuatro o cinco años escribí una lista en la que apunté las cosas que necesitaba para ser feliz: conseguir un trabajo de lo mío que me permitiese ser independiente económicamente de mi familia y dejar de ser la eterna becaria, adelgazar, viajar más y comprarme un coche. Esas eran mis cuatro primeras premisas. No tengo coche, sigo con los mismos kilos e incluso alguno más, he viajado menos de lo que me gustaría pero por lo menos ya no soy becaria. Podría decirse que no he conseguido ni la mitad de lo que deseaba.

Había un quinto requisito apuntado: disfrutar más con la gente que quiero. Qué osada yo, ‘podré disfrutar más cuanta más independencia tenga, cuánto más dinero tenga para irme de fiesta o viajes y como me quede en mi pueblo sin trabajo ya verás qué diversión’, pensé en su día.

Hoy, cuatro años y medio después puedo afirmar que en esa lista, el único elemento que de verdad tenía sentido apuntar era ese, el quinto.

¿De qué nos sirve el éxito personal, económico o académico si no tenemos gente a nuestro alrededor con quien compartirlo? Piénsalo un poco.

¿Qué haces automáticamente después de aprobar un examen? Llamar a tu madre. ¿Y cuando llegas después de quedar con un tío que te ha encantado? Escribir a tu mejor amiga. ¿Qué has hecho cuando has conseguido curro nuevo? Invitar a cañas a los colegas. ¿Acaso es diferente el día de tu cumpleaños al resto de los días? La única diferencia es que lo celebras con la gente que más te quiere; que recibes mensajes de felicidad de todas esas personas importantes en tu vida, y eso lo hace especial.

Como ves, cada pequeño éxito individual, cada alegría, cobra sentido única y exclusivamente cuando se comparte con los demás, cuando se disfruta con los demás. Evidentemente con esto no quiero decir que nuestra vida tenga que estar enfocada al servicio de los demás; no me malinterpretes. Lo único que quiero es que no esperes a asentarte en el trabajo para salir de cañas con tus nuevos compañeros; que no esperes a terminar el máster para empezar a salir con ese chico o chica que te trae de cabeza. Que disfrutes de la vida en compañía, que conozcas gente nueva cada día y valores lo grandes que son tus colegas y tu familia. Que el ser humano, por naturaleza, es un ser sociable y que valemos mucho más unidos que por separado. Que te dejes de historias poniendo por bandera la excusa de no tener pareja porque no quieres ataduras, porque lo más bonito del mundo es compartir tu vida con los demás.

Olvidemos las listas, los propósitos imposibles y empecemos a tachar todo aquello que nos aleja de los demás. Parémonos a disfrutar de toda la gente que está ahí, para lo bueno y para lo malo. Aquella que hace piña para levantarte cuando tú te quedas sin fuerzas para tirar del carro. Que juntos, podemos con lo que nos echen.

Porque tú, amigo, familiar y compañero, eres lo único que necesito para ser feliz.