Gordita de nacimiento, de infancia, de adolescencia y sobre todo, de juventud. A veces más, y a veces menos. Aunque siempre me he sentido (y porque no decirlo HE SIDO) bastante sexy. Siempre a dieta y siempre saltándomela. Sé más de comida sana y nutrición que la media de población, pero me resulta jodidamente difícil ponerlo en práctica, porque me pierden la cerveza, las tapas, y los bocadillos de jamón. ¿What can I do?

Hasta aquí imagino que como la mayoría de vosotras, ¿no?
Os escribo para contaros una anécdota. Hace poco, una buena amiga me comentaba:
-Ah! el otro día vi a Fulanita. Bueno…. A la que se comió a Fulanita, porque no veas..
 
Odio esa frase, siempre la he odiado. Me parece terriblemente despectiva; sin embargo, no fui capaz de contestar. No me salió una corrección, ni tan siquiera una mirada de reprobación. Me limité a contestar «¿sí?» y a pensar cuántas personas habrían dicho eso mismo de mí a sus amig@s en los últimos años en mis múltiples subidas y bajadas de peso. Y sobre todo ahora, que con mi Talla 46 larga, estoy más hermosica, como dicen las abuelas, que nunca.
Lo peor de esta historia, es que sin conseguir que el comentario saliese de mi cabeza, unos días más tarde me dispuse a buscar a Fulanita en el chivato de Facebook, y esperando encontrarme una astronómica subida de peso, lo que me encontré no fue nada fuera de lo normal. La chica ha dejado de ser una adolescente hecha un palillo para convertirse en una mujer con curvas. ¿Cuál es su delito? ¿Sabemos acaso de lo que estamos hablando? ¿Y si durante toda su adolescencia tuvo un desorden alimenticio y ahora está curada y feliz? ¿Y si acaba de tener gemelos? ¿Y si simplemente se ha cansado de comer lechuga y manzana y ha decidido vivir la vida con unos kilitos de alegría en lo alto? ¿Quién es nadie para juzgar?
Hoy escribo por primera vez para que todos reflexionemos sobre algo. ¿Qué decimos sobre los demás?. Y no solo me estoy refiriendo al peso, aunque sin duda sea la variable más repetida en estas conversaciones, sino en general. ¿Cuántas veces nos juntamos con amigos y sale la típica conversación…?
-He visto a Menganito
-¿Sí, y qué tal?
-Fatal, se está quedando calvo.
Y eso nubla cualquier otro aspecto de la conversación que hayas tenido con el susodicho Menganito. No importa que haya encontrado trabajo en plena crisis, o que tengo 18 churumbeles con rizos dorados cual angelitos caídos del cielo, cuando veas a tu próximo amigo, es probable que la conversación sea:
-¿Sabes que la Mari vio ayer a Menganito?
-¿Si tía? ¿Y qué tal?
-Flipa nena, por lo visto está más calvo que la bola de la bruja Lola.
¿Por qué? ¿Acaso nos gusta regodearnos en las «desgracias» ajenas? ¿Es simplemente la naturaleza del ser humano?. Quizá no tenga clara la respuesta para estas preguntas, pero lo que sí tengo claro es que todos somos dueños de nuestras palabras, y en cierto modo, somos responsables de lo que dejamos que nuestro entorno nos diga de otras personas.
Por eso, a partir de ahora, prometo que seré más consciente de mis palabras, que antes de criticar y opinar sobre alguien me imaginaré que hablo sobre mí misma. Y que cuando alguien me hable de lo gorda que se ha puesto Fulanita, en vez de callarme, contestaré algo similar a: «Oye, te has dado cuenta de que me lo estás diciendo a mi, la gordita oficial, y que puedo sentirme ofendida. Es más, a ti te gustaría que alguien dijese eso de mí? Supongo que no; además, nadie sabe las circunstancias que tiene cada uno, y por tanto, deberíamos cuidar más nuestras opiniones. Y ahora, cuéntame ¿Qué tal le va a Fulanita?»

SöF <3