Párate a pensar durante un minuto en todas las campañas sobre hábitos de vida saludables que has visto en televisión, prensa, redes sociales o simplemente paseando por la calle. Comer sano, hacer deporte y beber agua son las tres reglas universales para ser una persona “saludable”, según estas campañas. La lucha contra la obesidad es la guerra del siglo XXI, y lejos de abrir un debate sobre por qué si la obesidad es una enfermedad nadie la trata como tal, he preferido centrarme en una epidemia más peligrosa a la que nadie presta atención.

Pues sí, resulta que un metaanálisis de la Universidad Brigham Young (te vas a olvidar del nombre de esta universidad en cuanto termines el artículo y lo sabes), ha descubierto dos factores de riesgo más peligrosos que la obesidad: el aislamiento social y la soledad.

Si la soledad y el aislamiento pueden duplicar el riesgo de muerte prematura, ¿por qué no se habla de esto? No hay posters fomentando la salud mental en la consulta del médico, y tampoco se dan charlas sobre habilidades sociales e inteligencia emocional en los colegios. Nadie se hace un chequeo “psicológico” una vez al año, y se siguen ocultando las enfermedades mentales como si de las hermanas feas de las físicas se tratasen.

Diferencias entre aislamiento social y soledad

El aislamiento social tiene lugar cuando una persona se aleja de su entorno social de manera involuntaria. Es importante destacar que es involuntario porque mucha gente suele confundirlo con la introversión. No es lo mismo escoger el plan Netflix and chill -o en castellano, apartarse de la vida social por voluntad propia-, que sentirte apartado de la vida social.

Respecto a la soledad, debemos diferenciar el aspecto físico (aislarte de los demás voluntaria o involuntariamente) y el psicológico (sentirte solo). La soledad psicológica se podría definir como un sentimiento de desconexión y vacío emocional ligado a la necesidad de contacto social, y a la larga puede provocar ansiedad, depresión e incluso alucinaciones.

A quién afecta la soledad y cómo podemos prevenir esta epidemia

Los investigadores de la Universidad Brigham Young buscaban descubrir si la soledad y el aislamiento aumentaban el riesgo de muerte prematura, y para ello realizaron una primera investigación con más de 300.000 adultos en 148 estudios, y una segunda investigación con más de 3,4 millones de adultos en 70 estudios.

Tal vez te preguntes por qué pongo tantos números y datos que nadie recordará. Lo hago para que seamos conscientes de que no es un trabajo de fin de grado con cuatro gatos y un cuestionario mal redactado, sino una investigación avalada por la ciencia.

Finalmente se encontró que el riesgo de muerte prematura asociado al aislamiento y a la soledad era igual o mayor que el de la obesidad y otros indicadores físicos, algo especialmente preocupante cuando pensamos en las personas de avanzada edad que llevan una vida solitaria.

Para poner fin a lo que se ha denominado “la epidemia de la soledad” hay que cambiar completamente la mentalidad de nuestra sociedad. El primer paso debería ser fomentar las habilidades sociales y emocionales de los más pequeños, y elaborar programas más completos de apoyo y acompañamiento para personas de avanzada edad. Aun así, estos cambios no pueden llevarse a cabo si no prestamos más atención a los factores psicológicos tanto en las consultas de los médicos como en nuestro día a día.

Con suerte algún día nuestra mente recibirá la atención que se merece, convirtiéndose la soledad en una elección y no en una imposición.