Que levanten la mano los que nunca se han mordido las uñas por puro nervio. Mmmmm, no veo ninguna, vale. La preocupación es una sensación más desagradable que el desagüe de Chewbacca, sobre todo cuando va de la mano de los problemas personales. No puedes dormir, se te hace un nudo en el estómago, y lo único que haces relativamente bien es ir al baño con más regularidad de la normal. Por suerte desaparece cuando arrancamos la astilla del todo, a diferencia de las obsesiones. Éstas son estables y los pensamientos y sensaciones de intranquilidad aparecen de forma repetitiva, constante y automática, provocando ansiedad en la persona que los sufre.

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Preocupación

Llevabas preparando este examen durante meses, pero tienes la sensación de que te ha salido regulero. Ahora solo queda esperar un milenio hasta que publiquen las notas, y sin duda estarás más preocupado que La Pantoja cada vez que ve una señal de Alcalá de Guadaíra desde el coche. «¿Voy a suspender? Fijo que suspendo… ¡Otro puto año estudiando esta mierda de asignatura!»

Estás embadurnándote de protector solar en la playa (o en la orilla del río para los afortunados que vivimos en el interior) y te encuentras con un lunar que no te suena de nada. Llamas al médico para pedir cita. Esos dos días de espera van a ser los más largos de tu vida. Revisarás todas las fotos guarras que has mandado buscando el lunar maldito y harás una cuenta mental de las veces que no te pusiste crema para tomar el sol.

Así es la preocupación, una sensación de intranquilidad por las consecuencias de algo que ha pasado o que va a suceder inevitablemente. No te equivoques, no es algo malo, su objetivo es protegerte de algún modo. Cuando nos preocupamos lo que hacemos es anticipar el peligro y motivarnos para evitarlo así que no te preocupes si te preocupas.

Hay tres tipos de preocupaciones: las esenciales, las episódicas y las patológicas. Las preocupaciones esenciales son las típicas dudas del día a día como qué comer, qué ropa ponerte o qué cereales comprar en el supermercado. Lo normal es resolverlas rápidamente… ¡con alguna excepción! (sí, estoy hablando de cuando sepultas tu cama con ropa). Las preocupaciones episódicas surgen en casos aislados (un examen, una cita, una entrevista de trabajo) y se despiden cuando aparecen los “resultados” (un aprobado, un whatsapp de «ha sido genial conocerte, ¿quedamos otra vez?», un puesto de trabajo). En el lado oscuro están las preocupaciones patológicas, que suelen ser las “hijas no deseadas” de los rechazos (un 4,99 en matemáticas, un fail amoroso, un «ha sido descartado de la oferta de trabajo»). En estos casos, la preocupación puede volverse crónica y causar problemas de salud como la ansiedad o la depresión. Acojona un poquito.

Dato curioso: dos de las preocupaciones patológicas más frecuentes son el miedo a hacer daño a los demás y a cometer errores.

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Obsesiones

La obsesión es el malestar generado por una idea fija que aparece de forma recurrente y que persiste aunque intentemos evitarlo. Controla nuestra atención y va de la mano de la ansiedad, la depresión, el estrés, el trastorno obsesivo compulsivo y la esquizofrenia, entre otros trastornos.

A menudo las obsesiones y las preocupaciones están separadas por una línea difusa, por eso hay varias características propias de las obsesiones que pueden ayudarnos a diferenciarlas.

  • Son recurrentes (aparecen a menudo) y persistentes (aunque te pongas a cantar “Let it go”, no se van).
  • No son simples preocupaciones sobre el día a día.
  • Consiguen controlar nuestros pensamientos y acciones.
  • Es muy difícil controlarlas y hace falta un gran esfuerzo para evitarlas.
  • Sabes que no son reales, nacen de tu mente (excepto en casos graves como la esquizofrenia).
  • Aparecen con ansiedad y un malestar agudo.
  • Son más frecuentes y duran más que las preocupaciones.
  • Tienen la etiqueta de “urgentes” e “importantes”.

A diferencia de las preocupaciones, las obsesiones tienen una clasificación más amplia y concreta. Los tipos más comunes son las obsesiones de contaminación (pánico desproporcionado e intenso a la suciedad o gérmenes), de simetría (creer que algo malo va a pasar si no mantienes un orden simétrico), de agresión (preocupación por tener imágenes violentas incontrolables, por hacerse daño a uno mismo o a los demás, por robar, etc.), de sexo (pensamientos prohibidos, dudas sobre la sexualidad, etc.), somáticas (miedo a padecer alguna enfermedad), y religiosas (pensamientos “blasfemos” u obsesión por la moralidad).

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¿Por qué persisten las preocupaciones patológicas y las obsesiones?

Lo más sano es etiquetar a las preocupaciones como pensamientos “aislados” o “raros”, un agobio pasajero que se va cuando encontramos la solución a nuestro problema. En estos casos que, por otro lado, son los más habituales, dejamos –un poquito– de lado cualquier implicación personal evitando así que el pensamiento aparezca de forma repetitiva e hijoputesca.

En cambio, si el pensamiento se valora de una forma inadecuada pueden surgir las preocupaciones patológicas u obsesiones. ¿Cómo? Concediéndole más importancia y más implicación personal de la que tiene. Es así como engendramos en nuestra cabecita loca la idea de que el motivo de la preocupación no es una “posibilidad”, sino una amenaza segura, y que el problema en sí no tiene solución.

Para esquivar la preocupación “mala” evitamos exponernos a aquellas situaciones que generan ansiedad. «¿Para qué voy a quedar con un tío si va a salir mal?», «¿Para qué voy a estudiar si voy a suspender?», «¿Para qué voy a enviar mi currículum si no me contratarán?». Aunque no lo creas tu mente es el escudo más resistente y el miedo el arma más peligrosa. Sí, señoras y señores, nos engañamos muy malamente para no sufrir porque creemos que es más fácil sobrellevar las cagadas sin haberlo intentado que darlo todo y, de paso, llevarnos una buena hostia. El problema es que olvidamos que el rechazo y el fracaso son los pasos previos al éxito.

Poco a poco los rituales toman el mando. En el caso de las obsesiones es en forma de repeticiones (lavarse las manos, contar objetos, comprobar que se ha apagado la luz, etc.), mientras que en las preocupaciones patológicas dominan los “¿para qué intentarlo?”. Con el tiempo, los rituales van creciendo causando más y más malestar hasta que la persona llega a estar dominada por sus propias obsesiones y preocupaciones. Estos rituales reducen la ansiedad a corto plazo, pero a la larga fomentan el mantenimiento y, a menudo, el empeoramiento de la misma.

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Si las preocupaciones dominan tu vida y/o sufres obsesiones incontrolables, ponte en contacto con un psicólogo especializado en trastornos de ansiedad. Recuerda que las preocupaciones son el pago por adelantado de una deuda que tal vez nunca tengas.