Cada vez que se empieza a acercar el verano y con ello la temporada de bikinis, shorts y tirantes me echo a temblar, recordando el peor año de mi vida. Esta vez me gustaría compartirlo con vosotras….

El verano que tenía  16 años media (y sigo midiendo) 1,63 y pesada 67kg. Tenía una talla 40 y estaba muy acomplejada con mi pecho. Mi madre me llevo casi a rastras a buscar un bikini para ir a la  playa en verano.  No me venía bien con ninguno y mi madre cabreada (y con muy poco tacto) soltó la frase:

  • Hija si no estás contenta con tu cuerpo ponte a dieta

No me lo pensé dos veces. Estaba cansada de estar acomplejada. Eliminé todo lo frito de mi dieta, las salsas, los dulces… y empecé a hacer deporte.

Empecé a perder peso rápidamente y en cuanto fue visible todo mi entorno empezó a halagarme por cómo me estaba quedado. Cuando hace años que las únicas referencias a tu cuerpo que oyes son “claro es que tu estando rellenita no te queda bien esto” y demás repertorio que te halaguen es un triunfo.

Entonces mi cabeza hizo “clic” y pensé que cuanto más delgada estuviera más orgulloso estaría todo el mundo de mí. Mi dieta se volvió mucho más estricta: quité la pasta, el pan, la leche, los yogures… empecé a pesar cada gramo que me llevaba a la boca. Intensifiqué las horas de deporte y me castigaba mentalmente el día que no tenía tiempo de cumplir con mi rutina. Me pesaba a diario.

Llegue a pesar 50 kg (mi IMC era 18.82) con lo cual todavía entraba dentro de lo que se puede considerar una persona sana. Pero yo no estaba sana, era esclava de mi cuerpo, yo valía por el peso que tuviera no por lo que yo era.

Mi familia no supo nunca de ello o no quisieron verlo. Tampoco pedí ayuda. El día que realmente me asusté fue cuando me vi buscando en internet en páginas pro-anorexia trucos para perder más peso. Me vi desde fuera y me asusté por primera vez. Lloré y decidí empezar a querer lo que soy e intentar ser feliz con lo que tengo

Han pasado 8 años y aún hoy me supone una lucha hacer las paces con mi cuerpo. Ahora tengo una talla 42, pero nunca he sido más feliz. Sigo aprendiendo a quererme (gracias también a una persona especial que colabora en esta página).

Yo tuve suerte y fui capaz de recular a tiempo, pero muchas mujeres y hombres (cada vez más) viven este infierno. Ojalá dejen de importar tanto las tallas algún día y sepamos rodearnos de gente que nos quiera, pero sobre todo querernos a nosotros mismos.

Autor: Alba