Madrid. Verano 2015.

Por fin lo encontré, llevaba más de 10 años sin ponerme un vestido y ahí estaba él. Me cabía, eso ya era un logro; y encima era precioso.

Esta vez me sentiré una más, no seré la gorda que va de negro porque no tiene más opciones. Me pondré mi vestido y lo daré todo mientras disfruto de cada acorde del festival.

Este pensamiento rondaba mi cabeza mientras me miraba al espejo hará aproximadamente 3 años y medio… quizá dos. La fecha es lo de menos. Por primera vez me miraba al espejo y me gustaba lo que veía. Era una sensación extraña que solo podrás comprender si a ti también te ha pasado. Es como un escalofrío frágil, realmente te gusta lo que ves, como vas vestida, el rollo que has conseguido darle al look; pero en el fondo hay una voz candente que te sigue gritando que eres la misma gorda de siempre un poco más favorecida.

Esa voz es la mierda, es súper peligrosa y hay que saber obviarla. El problema viene cuando no eres fuerte y la voz se alía con algún comentario que alguien decide hacer. Ese día fue mi madre, pero quizá venga de una amiga o de algún gracioso que se cree valiente por gritarte gorda desde un coche.

Toda la ilusión que tenía con mi vestido se esfumo cuando mi madre me dijo:

Bea, yo creo que te hace más gorda y que es demasiado corto.

Probablemente tuviera razón, no digo que no, pero a mi aquello me cayó como un jarro de agua fría. Me sentí ridícula, me sentí más gorda aún y con menos ganas si cabe de acudir al festival. Se que hoy le hubiese contestado: «¿y qué? A mí me gusta». Y también se que en ningún momento mi madre pretendió hacerme daño con sus palabras, se que siempre ha querido lo mejor para mí, pero ese día no estuvo fina.

Como la entrada del festival ya estaba pagada no me quedaba otra que ir, además, llegaba tarde y tampoco podía cambiarme. Mi vestido de flores que según mi madre me quedaba fatal, mis ilusiones truncadas y mi sentimiento de bola de sebo salieron de casa y se fueron al festival.

Reconozco que el alcohol y la música hicieron que se me olvidara un poco esa sensación de malestar, pero seguía con ese regustillo amargo y no conseguía que se fuera. Sentía que todo el mundo a mi alrededor me miraba (y no, no es narcisimo, es inseguridad) y pensaban que aquel vestido me quedaba fatal y que como me había atrevido a ponerme semejante cosa si por todos es sabido que las gordas no pueden ponerse vestidos cortos.

Hasta que la vi a ella, a la chica del vestido de flores. Llevaba exactamente el mismo vestido que yo y se parecía mucho a mí. Quizá estaba más delgada, ya no lo recuerdo bien, pero me sentí identificada 100% con ella. Era gorda y alta; llevaba mi vestido y sonreía. Era feliz. Y le quedaba perfecto.

Si ella puede sonreír yo también. Si ella lo luce con esa gracia yo también. Que le jodan al mundo y a las miradas de los demás. Mi cabeza hizo click y desde entonces uso más vestidos que pantalones.

Quizá la historia hasta aquí no os diga mucho. Otro ejemplo más de empatía entre gordas. No es tan raro.

Lo maravilloso pasó hace un par de semanas.

A veces, la gente nos escribe mensajes dándonos las gracias por algún artículo, por algún comentario o por alguna foto. Pero ese día fue especial. Me escribía una chica dándome las gracias por el artículo de las medias.

Me decía lo siguiente:

GRACIAS, por primera vez en años he podido venir al trabajo cómoda con unas medias que me valen con mis casi 1.80. Es una tontería, lo sé, pero para mí no tiene precio poder ponerme las medias del tirón y estar cómoda. Gracias!!

Cada vez que recibo un mensaje de ese tipo me muero de la ilusión, para qué os lo voy a negar. Me pongo súper contenta por saber que entre todas nos estamos ayudando. Saber que con mis artículos puedo cambiarle un poquito la vida a alguien me da la vida. Benditas las jefas por darme la oportunidad.

Lo curioso es que además de agradecida soy una cotilla y siempre me paso por los perfiles de la gente que me escribe.

Cuando me metí a ver el perfil de Instagram de esta chica os juro que se me empezaron a caer las lágrimas de la ilusión. Era ella. Era la chica del vestido de flores de aquel festival. No es que sea un hacha y me hubiese quedado con su cara; es que justo ella había subido una foto recordando aquel festival.

No sé si el destino existirá, si será solamente una invención de vete tú a saber quién para que encontremos sentido a las cosas que nos pasan; no tengo ni idea. Pero estoy convencida de que hay gente que se cruza en tus vidas por alguna razón, para enseñarnos algo, para susurrarnos al oído que todo está bien aunque no utilice su voz.

Gracias de nuevo por cruzarte en mi vida, chica del vestido de flores.

Imagen de portada: Photo by Annie Spratt on Unsplash