Todo empezó en mis vacaciones de verano. Vivo en Reino Unido, y me fui una semana a Puerto Banús con mi madre a disfrutar del sol que tanto echo de menos y de la playa. Un día tuvimos un tiempo de perros así que decidimos irnos de compras. Obviamente, no teníamos el nivel económico para comprar en las tiendas lujosas de allí, así que nos fuimos a las grandes cadenas: Zara, Stradivarius, H&M... He de decir que últimamente mi váscula ha sido un yoyo. Gané 10 kilos en dos semanas porque estuve con un tratamiento de corticoides, lo dejé y he ido perdiendo peso progresivamente, pero ahora mi cuerpo está lleno de estrías en piernas, pecho, brazos, abdomen… Vaya, que estoy hecha un cuadro.

Esto lo cuento para que os hagáis una idea de que suficientemente acomplejada iba yo ya como para recibir más palos, porque al no poder darme el sol en las estrías, no podía ponerme ni pantalones cortos, ni vestidos, ni camisetas de tirantes en pleno verano, con el calor que aprieta. Pues los recibí.
Iba buscando una falda de invierno para ponerme con unos leotardos bonitos y que abrigara. Vi en Stradivarius dos faldas monísimas pero no encontré mi talla (una 42-44), no me extrañó porque es más que común que esto pase, pero cuál fue mi sorpresa cuando le pregunté a la dependienta y me dijo que la talla máxima que tienen es una 40. UNA CUARENTA! Y todo hay que decirlo, una 40 que podría pasar por una 36 perfectamente.
Super cabreada me fui de allí, directamente a Zara, que normalmente tienen tallas más grandes. Cogí cuatro faldas de la talla L, porque no tenían la XL. Tres de ellas no me abrocharon, y la cuarta  lo hizo, pero en la cintura, y claro se me veía todo porque esa falta iba medio metro más abajo, pero si me la bajaba tendría que dejar de respirar, y no sobreviviría. Y el cabreo se convirtió en frustración. Salí decidida a escribir en el libro de reclamaciones para quejarme de la falta de tallaje pero me di cuenta de que iba a ser inútil, porque el hecho de que yo no me compre nada allí nos le va a suponer ninguna pérdida económica. Tienen millones de clientas de cuerpos mini que se llevan media tienda cada vez que van.
Total, que acabé en H&M y no encontré ninguna falda que me gustara. Bolsas vacías en un día de compras, qué triste…
Soy una chica con bastante personalidad y carácter, con 23 años, enfermera y trabajando en Londres como tal. ¿Qué quiero decir con esto? Que si a mi, teniendo mis ideas claras y mi vida estable,  me afectó de aquella manera, no me puedo ni imaginar el efecto que tienen esas estúpidas modas en niñas de 15 años que puedan tener unos kilitos de más. Tan vulnerables psicológicamente, tan fáciles de frustrar pudiendo provocar enfermedades como la anorexia o la bulimia, tan condicionadas a tener el cuerpo que las tiendas quieran que tengan porque sino no entran en esos pantalones que todas llevan y que ellas no pueden porque los talleres piensan que sus medidas no están dentro de lo normal.
Deberían replantearse seriamente la diferencia entre lo normal y lo saludable. Desde mi punto de vista, lo único que consiguen es fomentar que estas chicas tengan malos hábitos para conseguir entrar en esas prendas, y claro, luego pasa lo que pasa.
Es repugnante, y yo sé que tengo la guerra ganada contra ellas, porque prefiero ir mona y cómoda antes que ir embutida en una de esas faldas que cuando me agacho se me ven hasta los higadillos porque no piensan que las mujeres como nosotras necesitamos unos centímetros más de tela a lo largo, no sólo a lo ancho. Pero a estas pobres chicas alguien tendría que convencerles de que el problema no lo tienen ellas, lo tienen las malditas tiendas.

Autor: Paloma Generoso