Cuando pensamos en nuestros hijos siempre queremos que sean felices y de alguna manera, hacer todo lo que esté en nuestra mano para que así sea. Reflexionando sobre la herencia que quiero dejarles, mis pobres cachorros no han nacido en una familia con vajilla de plata y servilletas de seda; más bien en una familia con vajilla de IKEA y servilletas de papel, así que en cuanto a ajuar no van a salir muy bien parados. Respecto a los bienes inmobiliarios más de lo mismo, si conseguimos alguna vez hipotecarnos, será para un mini zulo a las afueras, así que lo más probable es que sigamos de alquiler hasta los restos.

Así que con este panorama, ¿qué quiero dejarles de herencia?

Pues lo primero en lo que voy a esforzarme es porque amen viajar. Viajar en todas sus vertientes. Que amen conocer nuevas ciudades, nuevos rincones del planeta o cada esquina que tiene su barrio. Que no tengan miedo a viajar ligeros de equipaje, a coger un avión, un tren o un coche sin rumbo. Que amen descubrir nuevos acentos, nuevas culturas y a nuevas personas. Que disfruten preparando el viaje, durante y después. Viajar nos ayuda a abrir horizontes y a expandir nuestras mentes. Al viajar nos hacemos más tolerantes y más respetuosos. Que no tengan miedo a dejarlo todo, a empezar de cero y a seguir avanzando, sea cuando y donde sea.

 

En este sentido, otra de las herencias por lo que estoy invirtiendo, es en hacer a mis hijos libres. Como decía Saramago:

“Un hijo es un ser que nos prestaron para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos. El más preciado y maravilloso préstamo, ya que son solo nuestros mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenece a la vida, al destino y a sus propias familias”.

 

Voy a intentar que mis hijos sean y se sientan fuertes para  llorar, vestir, pensar o sentir como les dé la gana. Que los dos se sientan orgullosos de su cuerpo, de su sexo, de sus sentimientos y de sus emociones, sin que nadie tenga que juzgarles jamás por ello. Quiero que nunca tengan miedo a decir que sí, ni a decir que no.

 

Quiero trasmitirles las bondades de la lectura y que lean todo lo que caiga en sus manos. Que lean bestsellers, que lean novela contemporánea, que lean a los clásicos. Que lean poesía, que lean novela erótica, ciencia ficción y toneladas de comics. Solo mediante lectura puedes vivir otras vidas, sentir lo que siente una persona que está atravesando una guerra, conmoverte por un primer amor y llorar a lágrima tendida.

 

Quiero que sean capaces de disfrutar con el deporte. De cualquier deporte al aire libre. Del deporte en equipo y de la magia del deporte individual. Que flipen haciendo surf, skate y snow. Que disfruten nadando a mar abierto y jugando al voleibol en la playa. Qué sean capaces de apasionarse con una partida al futbolín o con un partido de fútbol sala. Sea lo que sea, pero que descubran el valor del deporte, de la superación, del esfuerzo, de la victoria y de la derrota.

 

Quiero inculcarles pasión por la música. Quiero que canten a gritos, que salten y que bailen sin control. Que sean capaces de emocionarse escuchando una canción y que lloren al percibir la primera nota de una estrofa. Que no duerman más de ocho horas durante un festival de verano. Quiero que aporreen una guitarra eléctrica, que tengan un grupo de música en el garaje y que compongan canciones repletas de ruido.

Además, les deseo a mis hijos que follen mucho. Que follen con precaución, que follen cuando estén preparados, que follen cuando estén seguros. Que follen cuando estén enamorados, que follen cuando tengan ganas y cuando lo deseen. Pero que follen mucho. Y que follen bien.