A veces me acuerdo de mi abuela, que era más bonica que todas las cosas, y recuerdo esa maravillosa manía que tenía de quejarse constantemente de sus dolores de brazos –cosas de la gente mayor– como si las palabras tuviesen más poder analgésico que el ibuprofeno. Lo que diferencia a algunas personas de mi abuela es que ella se apuntó a Tai Chi para mover los brazos y la gente de hoy en día no mueve el culo del sofá aunque esté en llamas.

Irónicamente me quejo abiertamente de la gente que se queja pero tengo un buen motivo, que no puedo más. Escucho y leo a diario penurias, quejas vacías y generalizadas que no llevan a ninguna solución y que únicamente provocan malestar y ansiedad. El arte de quejarse por quejarse está en la cresta de la ola.

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¿De qué sirve quejarnos?

Las quejas buenas tienen una función adaptativa, informar a otras personas de nuestra situación desagradable con el fin de auto-motivarnos y movilizarnos para solucionarlo y recibir feedback y ánimo por parte del resto. En el polo habitan las quejas malas que no aportan absolutamente nada (bueno).

¿Cómo diferenciar ambas quejas?

Las quejas buenas se basan en el apoyo y en la motivación. Tienen en cuenta cualquier solución al problema y, sobre todo, implican la movilización de la conducta. La queja no es el fin, sino un medio para remediar la situación desagradable.

Las quejas malas se basan en la compasión y en la búsqueda de atención. Ignoran las soluciones al problema y no implican movilización alguna. Hacen que nos anclemos en lo negativo. La queja es el fin en sí mismo.

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¿Por qué deberíamos dejar de lado las quejas malas?

  • Vemos las cosas peor de lo que son

Cuando nos quejamos, en realidad nos estamos poniendo unas gafas metafóricas que centran nuestra atención en lo negativo. Solo prestamos atención a los sentimientos desagradables, a los agravantes del problema y a las conductas consideradas como peligrosas para nuestro ego.

  • Quejarse se convierte en un hábito

Ante una situación negativa todos tenemos un estilo atribucional característico que define nuestra forma de actuar. Al realizar atribuciones lo que hacemos es buscar las causas de un evento. Un estilo atribucional se caracteriza por tres factores, la estabilidad (estable/inestable), el control (interno/externo) y la especificidad (global/específico).

Una queja aislada puede comenzar como una atribución específica e inestable a raíz de una situación concreta que no puede generalizarse. A medida que aumenta nuestra tendencia a quejarnos, nuestro estilo atribucional se vuelve global y estable, es decir, generalizamos la negatividad de forma inalterable. Podemos asociar los problemas a un control interno (nosotros somos los responsables) o externo (la causa de los problemas son otras personas o circunstancias como la suerte). En situaciones negativas, un estilo atribucional interno, estable y global se asocia a trastornos depresivos, y un estilo externo, estable y global se relaciona con una mala capacidad para gestionar los problemas. ¿Sigues queriendo quejarte?

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  • Generamos indefensión aprendida

En condiciones de queja continua, acabamos aprendiendo a comportarnos pasivamente, empezamos a creer que no podemos hacer nada para evitar la situación negativa y que hagamos lo que hagamos todo seguirá igual o empeorará, e ignoramos cualquier solución porque no creemos que vaya a funcionar en nuestro caso.

  • Provocamos un ambiente negativo

Te empiezas quejando tú porque no quedan chaquetas amarillas en Zara, después tu amigo Juan te dice que él está peor porque lleva dos meses sin mojar el churro, tu amiga María saca su iPhone y te dice que en Siria la gente sufre de verdad, su novio Pepe te cuenta que está sin un duro porque se ha gastado el alquiler de dos meses en un móvil de 800 euros  y María acaba llorando porque “JODER PEPÉ, YO LO QUERÍA COLOR DORADO”.

La queja es más tóxica que el Cucal, provocamos un aura más oscura que la relación paternofilial de Kylo Ren (mal rayo le parta) y retroalimentamos la negatividad. Por si fuera poco, acabamos convirtiendo las penurias ajenas en propias aumentando nuestra ansiedad.

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O invítame a una caña al menos.
  • Si nos enfocamos en lo malo lo atraemos

Existe un sesgo (en castellano, cagada de nuestra mente) que juega un papel fundamental en las quejas y es el llamado sesgo confirmatorio. Tendemos a prestar más atención a la información que confirma nuestras creencias y si es totalmente opuesta a ellas, la reinterpretamos para ajustarla a nuestra realidad obviando cualquier contradicción. Si nos centramos en lo negativo, escogeremos la información que confirma y refuerza nuestra actitud.

Cuando nos quejamos estamos llevando a cabo una predicción llamada “profecía autocumplida” que viene a decir que si consideramos una situación futura como real, se acabará haciendo realidad. Podemos verlo desde el lado bueno, si te convences de que vas a ligar irás con más seguridad y tendrás más éxito, o desde el lado malo, si crees que tu vida es una mierda estarás predispuesto a que te pasen cosas malas.

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A menudo las personas que más se quejan son las que más se acojonan a la hora de actuar, quieren que todo cambie pero se niegan a cambiar. Citando a Spencer Johnson, “la diferencia entre las ratas y los seres humanos es que la mayoría de estos últimos seguirán en un túnel en el que no hay queso”.