Por muchísimos años viví dejándome llevar por la corriente: arrastrada por los deberías, por lo que todo el mundo hace, por lo que se supone que está “bien”, hasta que decidí dejarlo todo y parar. PARAR: La primera de las decisiones que cambiaron mi vida. Tuve mi crisis de los 40 convenientemente a los 36 y le dediqué varios meses a la persona más importante de mi vida: a mí. El proceso fue como el de rearmar el puzzle de mi vida sin una imagen de referencia (la vida, esa cabrona) pero, gracias a ello, aprendí a guiarme de mis instintos y me di la oportunidad de escucharme. Entender por qué reaccionaba de tal o cual manera ante ciertas cosas, discernir si las cosas que hacía me hacían feliz de verdad o eran un “debería” más, evaluar qué quería hacer con mi vida, con mi tiempo.

Y esta decisión, junto a otras, me transformó.

APRENDER A DECIR ADIÓS
Por mucho tiempo tuve un síndrome de Diógenes de proporciones bárbaras que hacía que jamás me despidiese de las cosas. Todo pa mí, apilado en los rincones, caótico. Cuando el desorden (emocional, mental) fue insoportable, aprendí una regla básica del orden (Marie Kondo estaría orgullosa de mí): para que haya sitio para que cosas nuevas entren, hay que dejar a otras cosas marchar. Aprendí (y no fue una aprendizaje fácil) que las cuerdas que nos atan a ciertas cosas o personas no provienen, muchas veces, de un lugar de admiración o cariño: vienen de la costumbre de que estén ahí, y la costumbre, señoras, es muy mala consejera. Hay que limpiar y dejar ir, para dejar la casa y el corazón limpios y abiertos a nuevas posibilidades.

HACER COSAS QUE NUNCA HARÍA
Siempre me ha gustado tener el control de las cosas y hacerlas lo más perfectamente posible. El miedo a equivocarme o a hacer algo mal hizo que no hiciera un puñado de cosas que, mirando hacia atrás, quizá me hubiese encantado hacer. Luego sucede que uno se cruza con frases como esta, de la maravillosa Tina Fey: “Dí que sí, ya averiguarás cómo hacerlo después” y vas, y lo haces. Te vas de tu país. Subes a esa montaña. Le dices hasta nunqui a tu trabajo… y te preguntas cómo viviste tanto tiempo sin atreverte. No ha sido un aprendizaje perfecto (librarte de los miedos y aprender a ser vulnerable es lo que tiene, que es un proceso bastante mierdins) pero estamos en camino, señoras.

AGRADECERME
En algún momento de mi vida me pasó algo muy malo muy malo muy malo, pero como todo lo que vino después de esa catástrofe fue tan bueno tan bueno tan bueno, me pasé años agradeciéndole a la catástrofe el haber sucedido. Hasta que mi mejor amigo (que por algo es el mejor) me instó a dejar de agradecer a la catástrofe y, más bien, empezar a agradecerme a mí misma por la manera que tuve de afrontarla: por coger la puta mierda que me había pasado, romperla y remendarla y construirme una vida la mar de chachi. Cuánta razón tenía. Así que, hoy por hoy, me agradezco. Me agradezco los amigos que hago, los descansos que me otorgo, las decisiones que tomo.

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Y es que en el instante en que reconoces el poder transformador de tus decisiones, la vida empieza a convertirse en aquello que tú necesitas. Palabrita. 

Imagen destacada: Girls, HBO