No, no es una remasterización de la canción de Cyndi Lauper, Girls just want to have fun, es la cruda, fea y jodida realidad.

Este es otro de esos artículos donde suena la alarma social de peligro infantil. Esa alarma que parece gritar: SOS, posible caso de gordofobia amenaza con cargarse infancias perfectamente sanas, evacúen la zona.

Por mi trabajo, paso mucho tiempo con niños de distintas edades. Creo que he comentado en otro artículo que, aunque no soy madre, me gusta y me enriquece ver a los críos evolucionar, forjar sus personalidades y convertirse en pequeños seres humanos que aprenden, gestionan y resuelven cosas.

A veces he notado que los niños no son tan felices y despreocupados como tendrían que ser.

Obviamente, no puedo compartir mis impresiones (y preocupaciones) tanto como me gustaría. Confidencialidad, respeto al niño y guarda de ese secreto profesional que como educadora me obligo a mantener, me cierran un poco en banda, pero hay determinadas cosas que no pueden taparse con un dedo, ni esconderse.

Porque son hechos serios que perturban la infancia y eso, es algo que no puede ser callado.

Explicaré la situación a través de un supuesto para que os hagáis una idea de lo que ocurrió.

Me encontraba en una zona libre, perfecta para el juego de los niños. No había padres, maestros, ni ambiente escolar cerrado, por lo tanto, las niñas (protagonistas de este caso), hablaban libremente y sin tapujos de cualquier cosa que se les ocurriera.

No existía la típica restricción que supone la presencia de un adulto, aunque yo estaba allí y podía escuchar lo que hablaban. Estaban caminando, recorriendo la zona del paseo en grupito.

Citaré la conversación, porque no se me ha olvidado ni una coma:

Niña 1: me gusta que vayamos caminando.

Niña 2: sí, así adelgazamos las piernas.

Niña 3: con esto y el bocadillo integral seguro.

Niña 1: tú querrás adelgazar por dentro porque por fuera no se te nota.

Niña 2: yo me apunté en piscina y hago muchas piernas, pero llevo poco tiempo y no se me nota.

Llegados a este punto, pregunté en voz alta: ¿y si no hablamos de cosas tan tontas que no son propias de vuestra edad?

Les corté el rollo, porque no pude soportarlo más.

Con una diferencia de pocos centímetros, las tres tienen una estatura relativamente acorde a su edad. No están ni delgadas, ni gordas, alguna tiene algún kilo que hace que lleve una talla más de la que corresponde por percentil, pero nada acusable ni preocupante. Nada que haga que tengan esas conversaciones y opiniones tan marcadas.

Nueve años. Y se plantean que caminar es estupendo porque adelgazarán las piernas.

Yo con nueve años babeaba por las colecciones de ropa de Barbie y disfrutaba en las excursiones sin plantearme si ir caminando me adelgazaría o no.

¿Qué le ha pasado a la sociedad? ¿Por qué no podemos mantener a los niños a salvo de esas cosas? No digo encerrarlos en una burbuja, dejarles vivir en los Mundos de Yupi y hacer lo que quieran, ¿pero es necesario meterles en esa vorágine de ‘’estar delgados es mejor’’ para cuidarlos? ¿Eso no les roba infancia?

Me es difícil no pensar que sus ambientes hayan contribuido a esto. Ojo, no culpo a las familias, pero los adultos tendemos a olvidar que nuestras obsesiones, miedos, preocupaciones, vicios o hábitos calan hondo. Si papá entrena tanto y mamá se queja de que los dulces engordan e intenta hacer ejercicio, yo también. Porque es lo que veo y creo que está bien.

Y así es como se empiezan las obsesiones. Y cuando te miras y no te gusta lo que ves.

pequeña-miss-sunshine-2

Este artículo no es una crítica social, ni una llamada de socorro, es un grito de impresión, un gesto de asombro que me hace comprender que el mundo avanza tan rápido, que pronto los niños dejan de ser niños y los juegos y pensamientos inocentes pierden importancia frente a las cosas de adultos. Y no siempre las más importantes. Pensar como adulto siendo niño, una etapa a la que nunca se podrá volver.

Volvimos a sus casas en coche. Y alguna todavía comentó que LE DABA PENA, no poder dedicar un rato más a caminar para »bajar», lo que había comido mientras estaba con las otras.

Yo estaba contentísima con un marcapáginas que había hecho en un taller con un palo de polo y Goma Eva.

¿No es triste?

Nota: Este artículo ha sido editado para preservar la identidad de los niños de los que hablo, ya que los datos previos, aunque escasos, podrían haber supuesto que se reconocieran y herir sensibilidades.