Desde que tengo uso de razón siempre he encontrado un encanto especial a las fotografías, supongo que porque reflejan los hechos con mayor veracidad que las palabras o los recuerdos. Todavía sigo devorando los álbumes y las cintas de vídeo antiguas para rememorar la vida de mis padres y entremezclar las imágenes impresas con las historias que ellos me han contado. Yo lo llamo “subtitular la realidad”.

Sin saber a ciencia cierta la fecha y el momento en que se hizo una foto, me invento su trasfondo basándome en lo que refleja la mirada o la sonrisa del que posa. Será imaginación mía, pero a partir de la quinta página del álbum algo cambió en mis padres. Tenían un brillo diferente, que en mi mente coincidió con esa primera cita cuando él, disimulando sus nervios con gracia y chulería, la interrumpió mientras bebía granadina para decirle “¿Bailas, pequeña?”.

Con el tiempo llegué a la conclusión de que mis padres pusieron tanto amor el uno en el otro que, como si de algo genético se tratase, yo heredé la capacidad para querer de forma alocada e incontrolable. Así son las cosas en mi casa, cuando alguien ama, lo hace del todo.

Veintidós años después he aprendido que dos no discuten si uno bromea. Que eso de “ya entenderás lo que es el amor cuando seas mayor” no tiene sentido si vives en un lugar donde no hay cabida para el odio. Que quien bien te quiere jamás te hará llorar, porque estará ocupado sacándote sonrisas y secándote las lágrimas cuando la cosa se pone fea. Que las malas rachas se pasan y que las depresiones acaban, dejándonos vulnerables, acojonados y más juntos que nunca. Que si quieres a alguien, quiérele libre, porque el control no es amor, como tampoco lo son la culpabilidad, el rencor o los celos. Que encontrar a una persona con la que compartir tu vida no debe implicar renunciar a ser uno mismo, porque el amor siempre suma, nunca resta.

He aprendido y sigo aprendiendo que el amor es, valga la redundancia, aprender de nuestra inexperiencia, y si me pierdo por el camino solo tengo que volver a casa, fijarme en mis padres y reconducir mis pasos.

Gracias papá y mamá por enseñarme a amar, por enseñarme a vivir. Espero que vuestro baile sea eterno, pequeños.

@ManriMandarina