Soy fuerte. Soy independiente. Tengo los sueños claros y las ideas borrosas. Pero y por todo esto, me voy a permitir llorar.

Porque puedo con todo, porque me cargo con todo. Porque no pido ayuda y otras veces la busco. Por todo esto, a veces quiero llorar.

Porque me hago corazas para que nada me duela. Pero fuera todo es demasiado intenso o demasiado flojo. Por esto, no me avergüenzo de llorar.

Me voy a permitir llorar por la historia que no ha sido. Por la historia que no llegó a empezar. Por la otra que no llegó a terminar. Por la que nunca me he atrevido a intentar. Porque acumulo dolores de corazón y ganas en los labios.

Me voy a permitir llorar porque me sonrío en el espejo, me veo brillo en los ojos y capaz de todo. Pero otros días los complejos, las vergüenzas o los miedos se convierten en un monstruo grande que me hace más pequeña.

Sí, me voy a permitir llorar hasta que no quede nada, y así poder hacerme gigante y acabar con monstruos de cualquier tipo.

También me voy a dejar llorar porque la soledad no es buena ni mala. Puede ser elegida o no. No es mejor ni peor. Simplemente es. Pero a veces pesa. A veces, se me hace agria y quiero que vuelva a ser dulce y salada. A veces querría tener a alguien al lado, que me acompañe en el día a día, que haga menos pesado el viaje, que escuche la rutina y la aventura.

Me voy a permitir llorar por todo esto. Porque soy fuerte y llorar no lo cambia. Al contrario, se llora por luchar batallas.

El otro día me dije a mí misma que no iba a llorar por una tontería. Que no merecía la pena. Que era fuerte. Pero me di cuenta que no, que precisamente se llora por ser fuerte, por intentarlo, por equivocarte.

Si llorar es resultado de todo eso, que llegue. Que saquen rabia acumulada para que luego me vuelva a mirar al espejo sin miedos, sin monstruos. Que me prepare de nuevo para seguir llorando, riendo, luchando, viviendo.

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