Mi mejor amiga y yo nos conocemos desde los ocho años. Mientras que en el colegio no me debía de relacionar con mis compañeros como se esperaba, el primer día de conservatorio conocí a una niña con las mismas gafotas que las mías y desde entonces fuimos inseparables, hasta que nos separó la universidad, pero nuestra amistad pudo más que la distancia.

Hemos pasado de todo juntas: no solo las aburridísimas clases de solfeo y los nervios previos a cualquier recital. Hemos pasado por la separación de sus padres, por la muerte de su primo, por mis repetidas crisis de dios-mío-no-voy-a-salir-del-paro-jamás, por una larga lista de rupturas amorosas y por el embarazo y nacimiento de su hijo. Nuestra amistad está más que consolidada, y aunque nuestras vidas tomaron caminos muy diferentes cuando yo me fui de nuestra ciudad para estudiar la carrera que quería, siempre lo hemos hablado todo y nos lo hemos contado todo. Y siempre hemos estado ahí la una para la otra, apoyándonos a muerte, llorando juntas, riéndonos de todo y de todos y compartiendo tarrinas gigantes de helado.

Hace ahora mismo un año, mi amiga y su pareja rompieron. Ellos tenían un hijo en común y decidieron de mutuo acuerdo repartirse los cuidados y los gastos sin ningún tipo de malos rollos: durante la semana con mamá y todos los findes con papá. Mi amiga y yo siempre fuimos bastante fiestas, y ella siempre me ha reconocido a mí que desde que tuvo a su hijo lo que más echaba de menos era correrse una buena juerga como cuando teníamos veinte años. Pensé que lo decía del modo en que lo pienso yo, con esa nostalgia de qué bien lo pasábamos pero siendo conscientes de que con treinta y tres años ni te aguanta el cuerpo como antes un fin de semana salvaje ni, realmente, te apetece hacerlo más de una vez al año.

Pero no, mi amiga lo decía en serio, y en cuanto empezó a tener todos los fines de semana libres empezó a salir de fiesta, cosa que, al principio, a mí me parecía genial, e incluso la animaba, porque si eso era lo que le apetecía y había estado sin hacerlo tantos años… ¡quítate la espinita!

Mis alarmas se dispararon cuando conocí (porque desde hace tres años ya no vivimos en la misma ciudad y solo iba a visitar a mi familia una vez cada cuatro o cinco semanas) a sus nuevos amigos y los nuevos ambientes que frecuentaba. A mí no me gustaron nada, pero tampoco se lo dije porque, por primera vez desde hacía tiempo, la veía contenta. Pero como siempre nos lo hemos contado todo, ella también empezó a contarme, con total tranquilidad, lo que hacía con estos nuevos amigos. Al principio solo se veían los sábados y su plan consistía en salir, darlo todo, gastarse un buen dinero en copas y chupitos y volver a casa después de desayunar. Después también salían algún viernes, de vez en cuando algún jueves, y al final acababan viéndose todos los días para tomar unas cañas.

Dos meses más tarde fui testigo de cómo mi amiga recogía a su hijo del colegio un poco borracha para volverse a la terraza con el resto de sus amigos a seguir bebiendo mientras su hijo jugaba en el parque de enfrente.

Ese mismo día le dije lo que pensaba y ese mismo día nos enfadamos. Me mandó a la mierda. Pero yo no me di por vencida y quise hablar con sus familiares, antiguos amigos y expareja. Para mi sorpresa, a su expareja le importaba una mierda si su mujer había llevado a su hijo en coche después de haber bebido seis cervezas. Su familia estaba al tanto de la situación y eran conscientes de que mi amiga había cambiado radicalmente en el último año, y su madre me contó que muchos jueves el niño dormía con ella para que mi amiga saliera de fiesta. Sus antiguos amigos me confirmaron lo que yo me temía: que mi mejor amiga se pasaba todas las tardes en el bar y todas las noches se iba borracha a casa, pero que no había manera de hablar con ella sobre el tema porque se ponía muy violenta.

Este fin de semana acabo de estar con ella nuevamente. Me dice que va al bar porque quiere, porque le gusta, y porque se lo pasa bien con sus amigos. Me dice que no tiene ningún problema pero se me echa a llorar. Me dice que lo ha pasado muy mal en el pasado y que ahora que por fin es feliz parece que todo el mundo le da la espalda, que menos mal que ha conocido a estos nuevos amigos. Le digo que tiene un problema y me vuelve a mandar a la mierda.

No tengo la menor idea de cómo ayudar a mi amiga. No puedo hablar con ella sin que se enfade, y a su alrededor todo el mundo puede ver el problema pero nadie hace nada por ella. Creo que mi mejor amiga es alcohólica pero lo único que me dicen es que si ella no quiere dar el paso de ir al médico yo no puedo hacer nada. Pero no me puedo quedar de brazos cruzados, ¿cómo podría hacerle ver que tiene un problema y que yo voy a estar a su lado para superarlo?