El otro día me di cuenta. El otro día caí. No lo sabía, pero me había ido fabricando una montaña de miedos, de inseguridades, de complejos, de autoengaños. Estaban colocados uno sobre otro y yo estaba sentada una silla encima de esa incómoda cima. Ahí pasaba los días, pensando que esa vista, que ese lugar, era lo normal y donde yo tenía que estar.

La empecé a construir hace años. Nació siendo una colina pequeña y ha ido creciendo y creciendo hasta casi convertirse en una gran montaña. Doy gracias por haber resbalado ahora antes de que esa montaña se hubiese convertido en un ochomil, la caída habría sido muchísimo peor.

La caída del otro día fue inesperada. Un descuido tonto, una carga de más, una acumulación más, un golpe en el pecho más y caí. Caí ladera abajo, golpeándome con la esquina de algún miedo y complejo, haciéndome rasguños con pena y agobio afilado, raspándome la piel con silencios guardados y carga acumulada. Pero ahora estoy algo mejor. Lamiéndome las heridas y acolchándome en mi nuevo sitio al pie de la montaña.

Pero ahora empieza el trabajo para desmontarla, para no volver a colocarme ahí. Toca hacer limpieza. Y en ello estoy. Aquí sentada, mirando hacia la cima de esa colina construida a lo largo de los años, he decidido ponerle nombre. Porque no concibo que exista algo tan mío sin poder nombrarlo de algún modo. Así que la he bautizado y ahora se llama mi montaña Y si.

Porque está plagada de todos los “Y sis” que me he dicho (que me digo) continuamente.

¿Y si sale mal?

¿Y si no lo consigo?

¿Y si no soy suficiente

¿Y si lo hago mal?

¿Y si siempre soy mediocre?

¿Y si termina?

¿Y si no llega a empezar?

¿Y si no contesta?

¿Y si es un no?

Y si…

Y de “y si” he llenado (llenamos) la vida. Con miedos que me paralizan. Con hipótesis que me oprimen el pecho. Con una angustia que no me deja respirar.

Pero ahora, todavía con las magulladuras de caer por la ladera, me quiero poner las heridas al aire, que se curen. No me avergüenzo si ahora se ven. No me asusta si quedan cicatrices porque son mías, porque son marcas de vida.

De entre los cachivaches inútiles de la montaña he rescatado un espejo casi nuevo y me he empezado a mirar de verdad. A decirme las virtudes, los fallos. Porque sí, no soy perfecta, nadie lo es. Pero eso virtudes y esos fallos son los que me hacen. Y a ellos, también he de quererles de verdad. Bueno, a mí (con todo lo que implica y significan esas pequeñas dos letras) he de quererme de verdad.

Mirando los “Y sis” acumulados, me he dado cuenta que tienen otra cara. Y por fin he empezado a mirarlos del derecho y del revés. Porque ¿Y si sale bien? ¿Y si lo consigo? ¿Y si comienza?

Estoy preparada para que sea un no, para que vaya mal. Pero ahora voy a prepararme para cuando llegue un sí.

Mientras tanto, sigo haciendo limpieza y estoy desmontando mi montaña de miedos.

Y en el espejo me miro de verdad y también me digo que puede que sea no, pero ¿y si es un sí?