Aquí sigo yo con mis dramas de madre. Porque si empezar a controlar la alimentación es un trabajo para el que hay que estar muy mentalizado, si además eres madre y te encargas de toda la logística alimenticia del  hogar, hay que armarse de mucho valor:

– Te levantas antes que nadie y desayunas tu leche desnatada, tu pieza de fruta y tu sándwich ligero de pan integral con una lonchita de pavo. Genial.

– Preparas el desayuno de los niños. Miras las galletas de chocolate de la Patrulla Canina con añoranza mientras piensas “son tan pequeñinas, que total por una no pasa nada”. Las hueles y las vuelves a dejar. No es no.

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– Al medio día almuerzas una manzana. Vas fenomenal. Comes en el trabajo cumpliendo a rajatabla las raciones. Vas genial. Llega la hora de recoger a los niños del cole y les llevas de merendar un plátano y un bocata. Se dejan mitad del bocata. ¿Y qué haces con el bocata? ¿Lo tiras? ¿Pero cómo vas a tirar el bocata a la basura con la de hambre que hay en el mundo? Pues te lo comes, que tampoco pasará nada.

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– Vais a comprar al supermercado y haces la compra más equilibrada del planeta para continuar con tu planning semanal. Pero al carro hay que meter los caprichos del resto de la familia: los yogures griegos, el chocolate, las galletas, la nocilla, el guacamole y las pizzas. No hay dolor.

– Preparas tu merluza con ensalada mientras el resto de la familia ha decidido que hoy se cena filete con patatas fritas, que además, tienes que cocinar tú. Mantienes la fuerza de voluntad nivel máximo para no coger una patata frita, mientras tu cabeza recita: “La cojo, no la cojo, la cojo, no la cojo. ¡Por dios, que se las coman todas las patatas ya!”.

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– Después del sufrimiento con la cena, abres el armario para hacerte una infusión digestiva y ves la tableta de chocolate que te llama a gritos. Estás a un paso de tirar todo el chocolate de la casa a la basura.

– El fin de semana vais al centro comercial y los niños quieren comer en un restaurante italiano. A ver qué pides tú que no lleve menos de 1.500 calorías por plato. Eliges una ensalada avisando de que no le pongan ninguna salsa mientras la tropa devora pizza y pasta a tutiplén. No contestos con eso, se piden una mega copa de helado de postre y tú aprovechas para levantarte al baño. No puedes más con ese banquete de grasas a tu alrededor.

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Y no vayáis a decirme que la solución es poner a dieta a toda la familia, qué sí, que también les doy judías verdes y salmón a la plancha. Pero que es día tras día. Son cumpleaños en el parque de bolas, cines con chuches, tardes en el parque y mil millones de situación más en las que no paran de circular a tu alrededor los macarrones con tomate, gusanitos y manos manchadas de chocolate. Y lo peor de todo no es comprarlo, ni cocinarlo, ni ver que cómo se lo comen. Lo peor de todo es cuando se dejan dos croquetas en el plato y tienes que invocar a todos los dioses para tirarlas al a basura en lugar de devorarlas.

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Que no digo yo que no sea posible. Pero os aseguro que no hay mayor suplicio que una madre a dieta.