Con treinta años recién cumplidos podría decir que ahora mismo estoy en el mejor momento de mi vida. No exagero, nunca me había sentido tan satisfecha conmigo misma. Tengo una familia estupenda, me siento querida y apoyada. Tengo unos amigos maravillosos, he conseguido desprenderme de todos los que se hacen llamar «tus amigos» y te quieren Andrés por el interés. No tengo novio pero ahora mismo me siento satisfecha en el amor y las relaciones sexuales. Me dedico a lo que me gusta, cosa que hoy en día es un lujo, y no gano mucho dinero pero realmente no me importa, y he aprendido a vivir en la más absoluta miseria (cuidado, exageración) sin problema. Me siento libre y capaz de hacer lo que quiera. Peso 104 kilos y estoy en tratamiento psicológico. Pues lo que os decía, me siento en el mejor momento de mi vida.

He conseguido llegar hasta aquí porque le he puesto mucho empeño. Muchísimo. Hace un par de años me daba un atracón de comida casi cada noche, y eso no era lo peor, que también, lo peor era que me sentía en la más absoluta mierda. Sentía que no valía nada ni para nada. Tenía un trabajo que no me gustaba, me sentía obligada a estudiar algo que no me apetecía, vivía muy lejos de mi familia y amigos, acababa de salir de una relación tormentosísima… todo era un caos, yo no tenía control sobre nada, y mucho menos sobre mí misma.

Todo se solucionó, o bueno, no se solucionó, pero todo comenzó a solucionarse el día que decidí pedir ayuda. Estaba completamente desbordada y no me sentía capaz de lograr nada por mí misma, además de que había engordado mogollón y eso a la larga siempre trae problemas. Tuve la suerte de que me ofrecieron la ayuda que pedí y empecé un camino… complicado, no os creáis que era un camino de rosas, que todavía no ha terminado.

Ahora que ha pasado todo eso me siento superorgullosa de mí misma. Sin embargo, no escondo ni me avergüenzo de mi pasado. Si no hubiera pasado por todo aquello, ahora mismo no me sentiría así de bien. Pero, mejor que eso, si no hubiera pasado por tantísimos malos momentos a lo largo de mi vida, ahora no sabría todo lo que sé, y sería una persona completamente diferente. Y como me gusta tanto quién soy ahora, no puedo sino estar también orgullosa de todas las cosas malas que he vivido.

No me arrepiento de haberme puesto fina a Kinder Buenos, Doritos y Toblerones. No me arrepiento de haberme pasado unos tres años… como mínimo, poniéndome hasta el ojete de comida basura, teniendo una conducta totalmente autodestructiva. Porque la superé y porque aprendí muchísimo de ella.

No me arrepiento de no haber logrado tener ni una sola relación amorosa sana y satisfactoria. Todos mis errores en el amor me han permitido reflexionar y adoptar una actitud frente a las relaciones radicalmente opuesta a la que tenía… y ahora no me puedo quejar.

No me arrepiento de haber creído que yo no valía como los demás o que no me merecía nada porque no era como el resto de la gente. Eso me ha permitido demostrarme a mí misma que me merezco todo lo que tengo y que valgo un potosí.

No me arrepiento de haber engañado a todo el mundo. Eso me ha enseñado lo importante que es ser sinceros, con nosotros mismos primero, y con el mundo que nos rodea después. ¡Y la paz que se siente cuando no tienes que mentir para disimular!

No me arrepiento de haber tomado un montón de decisiones de la peor manera posible y no haber sido capaz de aceptar las consecuencias de mis errores, porque ahora sé que me lo tengo que pensar dos veces antes de elegir, pero sobre todo, que a la hora de elegir siempre tengo que dar prioridad a mis gustos y necesidades, y no elegir algo solo porque hará más felices o agradará más a otras personas.

No me arrepiento de no haber echado curriculums durante varios años solo porque estaba convencida de que yo no valía para desempeñar ningún trabajo, porque si hubiera encontrado trabajo entonces, quizás ahora no estaría tan feliz haciendo lo que realmente me gusta, que es escribir. (Y la farándula también me gusta).

No me arrepiento de haber engordado, porque todos estos kilos de más me han enseñado a cuidar de mí misma, algo que, por increíble que parezca, ¡con 28 años no sabía hacer!. También me han permitido aprender muchísimo sobre alimentación y nutrición, y han traído a mi vida un nuevo hobby que cada vez disfruto más: ¡hacer deporte!

No me arrepiento de haber discutido mil veces con mi familia. Sobre todo con mi madre, aunque realmente llegué a odiarlos a todos por igual, que solo sabían que recordarme todos los días de mi vida lo gorda que me había puesto. Las discusiones son necesarias y sirven para expresar lo que sentimos y defender nuestros argumentos, además de para conocer los sentimientos y argumentos de la otra persona. Con tanta discusión, ahora estoy completamente segura de que mi familia me quiere muchísimo y me respalda en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y que sería imposible que yo ahora mismo me sintiera tan bien conmigo misma si no hubiera sido por ellos, incluso cuando me decían que era imposible que me pudiera sentir bien conmigo misma pesando todos los kilos que peso o he llegado a pesar.

Si no hubiera pasado por todos estos problemas, ahora no sería una mujer tan fuerte y tan segura de mí misma, así que no me voy a arrepentir de todo lo que sufrí, de todo lo que lloré y de todo el daño que me hice a mí misma y a todos los demás, porque todas esas experiencias también forman parte de mí, y quererte al 100% implica, necesariamente, querer todo lo malo de ti.