Imagina. Estás en una fiesta en casa de unos amigos. Ahí estáis los de siempre y también el amigo de algún amigo. Y decides sentarte en esa silla, la de la esquina, ¿la ves? Te gusta ese sitio. Desde ahí puedes verlo todo. Desde el principio de la noche hasta el final.

Tomas algo mientras disfrutas viendo todo lo que está pasando en la habitación. Observas cómo surgen las miradas entre el chico de rayas y la chica del vestido rojo. Y sí, te has dado cuenta a la primera: el de la camisa verde y el chico pelirrojo no han dejado de hablar desde que se presentaron. Y tú estás ahí, en ese sitio privilegiado viéndolo todo. Qué suerte tienes.

Ves que por fin ha aparecido la chica que siempre llega tarde. Viene entusiasmada y da una gran noticia. Todos aplaudís.  Al poco, os despedís de otra amiga del grupo. Ha decidido hacer ese viaje del que siempre hablabais. Qué suerte tiene. Y qué suerte tienes tú que lo estás viendo.

Qué bien te sientes. En tu rincón, tomando algo mientras observas esos momentos. Te gusta paladearlos, verte casi como una narradora. Sintiéndote el hilo que conecta todas esas historias.

De vez en cuando alguien se sienta a tu lado y pasa el rato contigo. Te pregunta si estás bien. “¿Si estoy bien? ¡Cómo no voy a estarlo!”, contestas. Porque estás en tu butaca, siendo la espectadora, disfrutando de cada instante. Casi tocando los momentos que pasan ante ti.

Ahora aparezco yo. Escribiendo esto. En tu cabeza lees las palabras que estoy tecleando para ti. “¿Me dejas sentarme a tu lado?”, te pregunto. “Claro”, me dices. Y ahora es cuando te cuento, que he tenido miles de sitios como en el que estás ahora. Esa silla invisible con la que nos sentamos en nuestro día a día. En un rincón. Siendo espectadores. Narrando.

Sé lo que me vas a decir. Que, a veces, intervienes en la escena. Sí, pero es para decirle a la chica del vestido rojo que no son ilusiones suyas, que el chico de rayas la mira del mismo modo en que ella le mira. Intervienes para abrazar a tu amiga ante el gran viaje que siempre habéis soñado hacer juntas. Ella por fin se ha decidido, la abrazas por lo que ella va a vivir y tú no.

Eres espectador de tu propia vida. Extra, figuración especial. Intervienes. Aplaudes. Abrazas. Te emocionas. Te enfadas. Pero todo lo haces por las escenas que estás viendo, no por las que estás viviendo.

Tal vez sea hora de convertirte en protagonista de tu propia historia. Venga, levántate conmigo.

Atrévete. Tienes miedo, lo sé. Me ha pasado lo mismo. He temblado, me he mordido las uñas por los nervios, me he preguntado qué me pasaba decidiendo hacer cosas que hace unos meses eran impensables. Y sí, me he equivocado, he admitido errores, pero también he acertado.

A veces sólo es coger un autobús. Atreverte a dar un primer beso. Apostar por marcharte. Decirte por volver. Arrepentirte. Acertar. Volver a la casilla de salida o seguir avanzando.

Pero puedes. Sé valiente. Arriésgate, equivócate. Deja esa silla en la esquina y ponte en medio de la habitación. Sé el centro de tu vida, sé protagonista. La escena ya ha empezado, es el turno de tu frase, es el momento de la acción.

Toma aire. Ha llegado tu momento.

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