No soy ministra ni diputada. Pero sí que soy una mujer joven y gorda metida en política. OH DIOS MÍO HA DICHO GORDA, UNA POLÍTICA HA DICHO GORDA ¡TODO EL MUNDO AL SUELO!. Parece una estupidez pero desde hace unos años que empecé a moverme en este mundillo he observado cómo los prejuicios están más latentes de lo que parece en este ámbito y esto hace que me desquicie un poco a veces.

Para empezar las mujeres en política vamos bajo lupa, especialmente si hablamos de moda. Ya seas la concejala de oposición de un pueblo de dos cabras o la presidenta de Alemania. Todavía espero ese artículo hablando de las combinaciones horribles de corbata camisa de algunos políticos o de si algún ministro está en plena operación bikini.

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Pero oye, si eres mujer lo más seguro es que si te cortas el pelo, vistes distinto ese día o no vas maquillada, todas las miradas se fijen en ese detalle por encima de lo que estés diciendo. Habrá corrillos de tertulianas mañaneras opinando y sabios maquilladores o estilistas preparando una hoguera con tu nombre.

¿Quién no recuerda la que se armó cuando Carme Chacón pasó revista al ejército en traje de corte masculino y embarazada? O el notición reciente en el que el periódico ABC critica a Carmena por vestir «como una funcionaria de Correos de los años 40«.

Luego el tema del peso también es muy curioso. Ellos por lo general no suelen tener grandes críticas por su condición física (por favor que Arias Cañete salía comiendo yogures caducados por ahí y promoviendo los alimentos de España y nadie decía ni mú excepto las vacas) pero por ejemplo sí que ha estado bajo lupa la pérdida de peso de la presidenta brasileña.

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Personalmente espero que poco a poco los medios empiecen a respetar un poco más a las mujeres en política, que suficientemente complicado es todavía a día de hoy ser mujer como para que además nuestro físico o look impere sobre nuestras palabras. Que estamos aquí para trabajar, no para desfilar en Cibeles.

Autor: Carla Jo