Esa es la pregunta que me hago casi a diario, ¿quién miente, el espejo o la cámara de fotos?

Realmente no sé si esto le pasará a alguien más, nunca lo he planteado en mi círculo social, quizá porque tendría que exponer demasiado mis inseguridades.

El caso es que me miro en el espejo y me veo bien. Está claro que me sobran kilos, pero tampoco me parece alarmante, me veo una curvy sexy y proporcionada. Observo mi cara y me parezco guapa (días que más, días que menos), tengo ojazos, un pelo precioso, una naricilla muy mona… Pero luego me tomo una foto con mis amigos y empieza el drama. No reconozco mi cuerpo ni mi cara como míos en las fotos o en los vídeos. Me veo fatal entera, no hay nada que se salve, cuerpo, cara, ¡ni siquiera mi pelazo! No importa lo bien que me haya maquillado o lo perfecto que me quedase ese vestido antes de salir de casa, en la foto voy a ser un troll de las cavernas.

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Ya no sé si es que los espejos me adoran o las cámaras me odian. Y me hace cuestionarme cómo me ven los demás. Lo que es una fuente de inseguridades sin fondo.

Parece algo superfluo, pero realmente me afecta. Tenía un grupo de amigas que su mayor diversión consistía en documentar nuestras noches de fiesta en un book de 3000 fotos a la hora. Eso para mí era un golpe constante a mi autoestima. Hasta el punto en que dejé de salir con ellas.

Pienso en el día en que me quiera casar, o ir a recoger un premio, o me disfrace, o cualquier otra actividad que suponga que mi pareja, amigos y familia quieran tener recuerdos en forma de fotografías o vídeos, y me genera una ansiedad terrible.

Así que me sigo preguntando cuál de las dos versiones de mí sera la verdadera.

Autor: Ana Escribano

 

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