No es que sea yo la Leibovitz de la fotografía, pero algo sé. Quizá mi punto fuerte no sean las luces o los colores, sino las personas. Tratar con ellas, conocerlas, compartir un café y capturar sus sonrisas improvisadas cuando les pides que te den una. ¿Sabéis qué? La mayoría de las veces empiezan a reírse de ellos mismos, solo el mero hecho de estar posando delante de una cámara por primera vez en la vida les hace sentir ridículos y se ríen, vaya que si se ríen y justo ahí es cuando yo aprovecho y disparo.

Lo bueno es que yo me río también y empieza el bucle de las risas. Somos desconocidos compartiendo un momento, un instante y es maravilloso. El primer disparo es el más ridículo, el último el más desesperado, pero los 300 de en medio son maravillosos.

Colaboradoras de WLS en la Gordicón 3.
Colaboradoras de WLS en la Gordicón 3.

Y despuès, ¿qué pasa? ¿Qué hago con todas esas miradas atrapadas en el sensor de mi cámara? ¿Cómo proceso los pliegues, las arrugas, la celulitis, los granos, las papadas, los lunares, la piel de naranja, las manchas?

CON RESPETO.

Y en mi casa me enseñaron que la base del respeto es la sinceridad. Que las mentiras no son más que una forma de tomar el pelo, así que no, no retoco absolutamente nada todo aquello que la sociedad puede considerar feo, anti estético e incordioso. Y no lo hago no solamente por respeto, sino porque no me da la puta gana. Porque yo soy más de cine francés que de películas de ciencia ficción.

Es opcional y puede considerarse arte podréis pensar algunos. Es una cuestión puramente estética diréis otros.

Sí, lo es.

El problema es que la sociedad no ha aprendido aún a distinguirlo.

El problema es que hay mujeres que sueñan ser como las chicas de las revistas, que creen que existen féminas perfectas a las que no le salen granos ni se les encrespa el pelo. Resulta que hay niñas que crecen obsesionadas con el tamaño de su cintura porque están cansadas de ver como las palmas de las manos de algunas modelos son mucho más amplias que éstas.

Instagram Inma Cuesta
Instagram Inma Cuesta

El problema reside en que durante muchos años nos han engañado y nos lo hemos creído.

Claro que los hombres también, pero parafraseando a Susana Rioseras, existe un trauma sistemático que supone el rechazo de las mujeres a sus propios cuerpos y con los hombres, esto no ha pasado.

Y me atrevo a decir que ese rechazo en muchas ocasiones se basa en un total desconocimiento acerca de cómo debe ser el cuerpo de una mujer. Se basa en la cantidad de inputs mentirosos que llevamos tragándonos a lo largo de todo este tiempo. Se basa en que creemos que es más real la piel de terciopelo que las arruguas de expresión.

Decía mi abuela que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe y eso es lo que llevaba pasando durante mucho tiempo, que el cántaro se llenó de mentiras y la sociedad explotó y empezamos a ver el mundo tal cual era. Empezaron a surgir movimientos body positive que nos enseñaban la realidad. Y ojo, la realidad no es que somos gordas, la realidad es que somos diferentes.

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Quizá se da por hecho que este discurso del positivismo corporal solo lo llevamos a cabo las gordas pero nada más lejos de la realidad. Esto es una lucha de todos y todas por liberarnos de la esclavitud estética que la cultura mainstream decidió imponer.

El retoque fotográfico puede considerarse un arte y lo es. Es pura magia y profesionalmente me parece algo súper interesante. Pero es mentira.

Ahora es cuando el que está detrás de la cámara decide en qué mundo quiere vivir, decide si quiere seguir engañándo y haciendo arte con máscaras y blurs o quiere unirse al bando de la verdad y mostrar la realidad tal cual es. Yo lo tengo claro.

Imagen de portada: Ashley Graham para V Magazine