Las Millennials han sido descritos como niñas mimadas que son incapaces de levantar la cabeza de un teléfono móvil. Bien, así es como vivimos y no vamos a pedir perdón por ello. Además, esta generación de consentidas ya han llegado la edad de trabajar y tener hijos. De hecho, la mayoría de niños que verás por la calle y corriendo en el parque están siendo educados por una madre Millennial. ¿Y sabes qué? Estas madres lo tienen aún más difícil que la generación anterior. Nunca se ha visto una generación de madres tan agobiada, con tantas demandas y tan juzgada por los demás (ah, las maravillas de las redes sociales): el mom shaming está a la orden del día. ¿Qué? ¿Que no nos crees?

1. Las mil y una corrientes de crianza

Que sí crianza con apego, que si no, que si educación Montessori, que si método Waldorf. Nuestras madres lo harían mejor o peor según el caso, pero no se comían la cabeza y aplicaban lo que ellas llaman «el sentido común». Ahora tenemos mil normas, mil recomendaciones y mil consejos (normalmente no solicitados) que, encima, nos vemos con la obligación de seguir. Vamoh a calmarnoh, por favor.

2. El concepto MILF

Sí, sí, que es un concepto que a todos nos hizo mucha gracia cuando apareció en American Pie pero resulta que en vez de reírnos, nos lo tomamos en serio. Hoy en día no basta con ser madre (como si no fuese suficiente trabajo) sino que encima tienes que volverte a meter en tus pantalones (y en tiempo récord). ¿Cuándo los ángeles de Victoria’s Secret se convirtieron en un modelo a seguir? ¿Es que tengo que estar desfilando como Heidi Klum a las 6 semanas de parir? Ahora resulta que si no vamos peinadas, maquillada y vestidas como para una sesión de fotos «nos hemos descuidado».

3. Las madres también tenemos «nota»

Los constantes juicios entre madres son agotadores. Las comparaciones nunca fueron buenas y, entre niños, aún menos. Sí, todas conocemos madres pluscuamperfectas que tienen tiempo de preparar comidas con productos ecológicos y cuyos niños estudian 3 idiomas y hacen sudokus desde el día en el que nacen pero NO deberían ser el modelo a seguir. Las madres tenemos las casas desordenadas, nuestros hijos se manchan de papilla y yogur constantemente, se meten las manos a la boca llenas de tierra y se pegan golpes contra los muebles. Incluso puede que algún día lleguen a aburrirse porque somos madres, no animadoras ni personal coaches, ni organizadoras profesionales de fiestas. Un respiro, por favor.

4. Los interrogatorios de 3r grado

¿Cuántos niños vas a tener? ¿Y sólo uno? Y no esperes mucho a tener el segundo después del primero porque es mejor que se lleven poco. Y no esperes mucho a tener el primero, que se pasa el arroz. ¿Y vais a ir por la niña? Sinceramente, hablar de mi plan de encuentros sexuales con mi pareja no es un tema de conversación para las comidas familiares de los domingos.

5. Demasiada información

Internet es un lugar maravilloso pero también el sitio donde las hipocondríacas y las madres primerizas diagnostican enfermedades terribles para sus hijos. Buscar en Internet cualquier cosa es equivalente a terminar con un ataque de ansiedad o un dolor de cabeza rampante ya que lo único que encontraremos son opiniones discordantes y una sobrecarga de información. La generación de tu madre le preguntaban a su madre, a su suegra y a su vecina. Punto.

6. Demasiados accesorios

A ver, los carritos vienen con un complemento para meter la taza de café de Starbucks. Empezando por ahí, poco más hay que decir. Nunca nos podríamos imaginar que un ser humano tan pequeño necesite tantas cosas: cunas, bañeras, carrito, fundas para el carrito, sombrillas, parasoles, cremas solares, cremas especiales para cada parte del cuerpo, humidificadores, diferentes chupetes y biberones, rodilleras para gatear… En serio, stop, los niños escandinavos duermen dentro de una caja de cartón, ¿vale? Quizás es hora de repensarse toda esta locura.

7. Las redes sociales

Nuestras madres no tenían que preocuparse de no poner fotos suyas borrachas en Internet, ni tenían que tener conversaciones sobre qué compartían de sus hijos, si pixelaban la cara a los niños. No tenían que preocuparse de no mencionar información relevante ni de no geolocalizar la guardería de sus bebés. Tampoco tenían que aguantar comentarios de semi-desconocidos día sí día también ni recibían artículos sobre maternidad constantemente en sus buzones. No tenían que ver fotos de bebés perfectos ni de madres perfectas ni leer estatus de Facebook sobre vidas perfectas. Es más, empezamos a envidiar la tranquilidad con la que debían vivir…