La vida de una mujer es un ir y venir de situaciones de lo más extrañas a las que, a la fuerza, nos vamos habituando. ¿De qué otra manera podemos conservar la cordura? Porque desde que tenemos uso de razón debemos enfrentarnos a algunas cosas que… telita marinerita. Ya me gustaría verlos a ellos. Pero nosotras, que somos unas espartanas (y la que no lo sea que se espabile, que nos da mala fama) vamos cumpliendo etapas como si nada.

Si lo piensas, desde bien pequeñas vamos haciendo frente a miles de primeras veces que dejan una huella invisible en nosotras y que forman, al final, la persona que somos cuando llegamos a adultas. La primera vez que nos baja la regla, la primera vez que nos regalan una muñeca y lo que queremos es un pintalabios, la primera vez que nos maquillamos o que vamos a una discoteca. Muchos de esos momentos pueden llegar a ser algo traumáticos pero como lo que mejor se me da en esta vida es reírme de mí misma, creo que de cada una de esas cosas se aprende mucho, sobre todo con humor. Y aún así, nos quedan por vivir tantas cosas… porque cuando crees que ya todo ha pasado y que lo que queda es un paseo en barca, vienen cosas como la primera cana en esa zona en la que no llega la luz del sol. Por poner un ejemplo. Y tú te miras al espejo y te preguntas… ¿pero por cuántas jodidas primeras veces voy a tener que pasar? Bueno, de eso va la vida. No de que el felpudo se te convierta en Copito de Nieve, pero sí en ir aprendiendo de nosotras mismas y de cómo reaccionamos frente a lo que a veces es el mundo exterior: un territorio hostil.

Dicho esto… así, sin orden ni concierto… ¿qué tal si empezamos con una de esas primeras veces?

Un día un tío quiso hacerse el gracioso conmigo diciendo que no se podía fiar de alguien que sangraba una vez al mes y no se moría. No le di un tortazo de puro milagro, pero le dije que yo no me fiaba de alguien cuya boca parecía el culo de un perro. Soy como un gremlin, que nadie me dé de beber después de las doce de la noche, por fi please. Aunque si te detienen por agredir a un tío que ha dicho semejante gilipollez ya es como para morirse.

El caso es que ellos se lo toman muy a broma. Si tu chico llega a casa y te encuentra hecha un ovillo en el sofá con los estertores de la muerte porque sientes que un duendecillo cruel te está arrancando cosas en lo más hondo de tu ser, sonríen. Así con ternura, ya lo sé, pero sonríen. Y no hace gracia. Si fueran ellos los que tuvieran que tener la regla se morirían, lo sé.

Pero allí estamos nosotras, a los doce o trece años (que es la edad media en España para la menarquia o primera regla), haciéndonos cargo de la situación porque… “ya somos mujeres”. Pero… seamos sinceras. El mundo “regla” dista mucho de ser feliz como en los anuncios de compresas. “¿A qué huelen las nubes?” A la hostia con la mano abierta que te voy a dar, payasa.

Si nos tuviéramos que hacer una idea de lo que es tener la regla a través de los anuncios de tampones y compresas creeríamos que cuando empezamos a ovular, las mujeres sentimos el impulso de bailar espatarradas, nadar desnudas y parecer imbéciles. Así no.

Pero eso es otro caso.

El hecho es que ni siquiera eres una adolescente con todas las de la ley y te ves con el percal. Y nota para todas las madres del mundo: a esa edad todo da una vergüenza horrible de por sí, no hace falta que nos ayudéis. Ah, y padres del mundo: absteneos de comentarios. No mola.

Y ya no se puede retrasar más: es el momento de cursar la licenciatura y el máster que hace falta para entender la diferencia entre las dos mil clases de compresas que hay en el mercado. Normal que tu chico prefiera depilarse las piernas a cera que bajar a por un paquetito de salvaslips. Es como si les hablaras en arameo. Yo los entiendo. Sigo sin saber muy bien si el famoso “odorcontrol” es que entre celulosa y celulosa alguien ha instalado un ambientador de esos con forma de pino.

Agustina Guerrero, como siempre, genial.
Agustina Guerrero, como siempre, genial.

Con alas, sin alas, súper, plegable… y de todas las que hay tu madre siempre elige, para traumatizarte de por vida, esas que te hacen andar como un vaquero con caballo imaginario: las efecto “pañal”.

Y a partir de ahí, bienvenido dolor de tripa, de espalda, calambres en las piernas, migrañas y mal humor. Una termina acostumbrándose, pero después de doce años juntos mi marido de vez en cuando aún me pregunta con cara de susto qué me pasa. Se llama síndrome premenstrual y lo tengo todos los meses, cari. Ahora apártate de aquí, déjame llorar, gritar y comer “ingratos” de carbono. Pide una pizza. Hazme un masaje. Desaparece de mi vista. Pero todo junto.

¡¡Que te he dicho que me duele la tripa!!
¡¡Que te he dicho que me duele la tripa!!

Cada mujer es un mundo y cada menstruación un universo, así que tampoco podemos generalizar. Tengo amigas que se pasan siete días en el infierno cada mes, otras que ni se enteran y algunas sufren un síndrome premenstrual bastante similar al desdoblamiento de personalidad. Y a pesar de la pluralidad de vivencias relacionadas con un mismo hecho, creo que a todas nos hubiera gustado que esa primera vez alguien nos hubiera hablado con claridad, sin fingir buenrollismo de palo y sin tratarnos como si fuésemos bobitas. Algo así como una aparición del tipo “hola, soy tu menstruación” pero sin ganas de darle un guantazo. Una “tú misma del futuro” que se sentara contigo en el borde de la bañera (y si no hay bañera en el vidé) y que dijera:

Bienvenida al club, hija mía. Esto es una puta mierda, que nadie te venga con milongas. Voy a pasar de los discursitos sobre el “orgullo femenino de ser por fin mujer” y mejor voy al grano. El ibuprofeno es tu mejor amigo. Las compresas a veces pican. Nunca te quites un tampón antes de tiempo, pero tampoco lo dejes demasiadas horas; sí, es toda una ciencia. Lleva toallitas y salvaslips siempre encima, porque a la muy puta de vez en cuando le da por adelantarse, en el mejor de los casos. Pero si algún día manchas la silla en clase tampoco pasa nada, que todas la tenemos. Puedes lavarte el pelo, no hagas caso a la tía abuela, sí, la del pueblo. Tampoco cortas la mayonesa. Es tan natural como tener gases después de una fabada y dos litros de Coca Cola light. Ni eres un vegetal incapaz de hacer nada por tenerla ni tienes que demostrar nada a nadie. Y si te duele… te duele. Ah, y si alguna vez tu jefe se pone muy pesado, dile que tienes la regla: salen espantados porque la mayoría de los hombres con este tema se vuelve un poco idiotas. Dicho esto, ale, ya nos veremos. Eso sí, si me haces el favor de cogerle el gusto al deporte ya, te lo agradecería muy mucho.”

Y después de esto… desaparecer. Le podríamos llamar “el fantasma de la primera regla”. Sin poesía. Sin eufemismos. Sin parodias ni metáforas. Porque la vida, estimadas coquetas, es así.