Te educan para que seas una marioneta sumisa, influenciable y dispuesta a pagar lo que haga falta para verte como la protagonista de la película. La misma tienda que te vende una camiseta en la que pone “Body Positive”, se descojona en tu cara cuando la talla no pasa de la L. Esa empresa que anuncia una crema anticelulítica, como si las marcas de tu culo fuesen símbolos demoniacos, se saca de la manga con todo su santo coño una campaña a favor de la diversidad corporal. Nos lían, nos confunden.

Tienes que ser una mujer real –¿Qué coño es ser una mujer real? ¿Acaso hay mujeres de mentira?–, pero sin dejar de intentar convertirte en la modelo photoshopeada del anuncio. Quieren que te quieras como eres, pero que te odies lo suficiente como para comprar todos los potingues que corregirán las imperfecciones que ellos te han metido en la cabeza.

Hagas lo que hagas, nunca serás perfecta. ¿De qué les sirve que lo seas? Se les acabaría el chollo. Sin autoestima das más juego, así que hay que alimentar tus inseguridades hasta que te llenes.

Los primeros bocados son sutiles. Agachas la cabeza y repites como un lorito ese mantra que te han metido por las orejas desde que te salieron pelos ahí abajo. Da igual tu físico, encontrarán una manera de sacarte los defectos. Comerás y no engordarás. Dejarás de comer y no bajarás de peso. La sociedad te lo recordará. En letras grandes de neón: HAS FRACASADO. Lo sentimos, no cumples con los estándares necesarios para ser perfecta.

“Perfecta”. Wow, qué palabra. Qué bien suena. Se te llena la boca cada vez que la pronuncias. Perfecta es tu amiga. Perfecta es la actriz que sale en la portada de la Cosmopolitan. Perfecta es la desconocida que se sienta a tu lado en el metro. Perfecta es esa musa de las redes sociales con un cuerpo parecido al tuyo pero que, sorprendentemente, parece mucho más sexy. Perfectas son todas menos tú.

Las inseguridades te matan, pero en silencio. ¿Estás loca? No pueden saber que eres así. “Eres así.” Así, ¿cómo? Indecisa, jodida, sola, rara. Si lo cuentas todos sabrán que no eres perfecta. Tus cicatrices serán públicas, tus vulnerabilidades te harán vulnerable, nadie te entenderá. No te preocupes, tu secreto está a salvo contigo.

Pasan los años y, con la ayuda de un par de revistas sexistas disfrazadas de “empoderamiento femenino”, aprendes a lidiar con las inseguridades. Malamente, para qué mentir. El look perfecto de esta temporada. La dieta definitiva para adelgazar en 10 días. Lo que los hombres quieren de ti. Aprende a amar tus defectos. La entrevista más esperada a Blanca Suárez. Los 5 mejores ejercicios para deshacerte de esos horrorosos michelines. Operación bikini. La lees y la relees. Te quieres, pero no del todo. Te odias, pero no lo sabes.

Un día, mientras te cambias de ropa en los probadores del Primark, tu amiga perfecta rompe el silencio. Ojalá tener más tetas. Ojalá estar más delgada. Ojalá tener más curvas. Ojalá mi pelo fuese liso. Ojalá tenerlo rizado. Ojalá una nariz más pequeña. Ojalá no llevar ortodoncia. Ojalá un culo más pequeño. Ojalá no tener culo carpeta. Ojalá no ser yo. Ojalá ser tú.

Al principio no te lo crees. ¿Ella de qué se queja si es perfecta? Seguro que lo hace para que se lo recuerden. Te jode, te duele. No le basta con ser perfecta, sino que además se quiere adueñar de lo que es mío, la imperfección. Y poco a poco empiezas a ver cosas que antes no veías. Ella agacha la cabeza, como tú. Ella lee las páginas envenenadas de las revistas una y otra vez, como tú. Ella tiene esa aplicación del móvil que “refina” su cuerpo en las fotos, como tú. Ella intenta disimular lo que cree que la afea, como tú. Ella se siente sola, como tú. Ella es perfecta, como tú. Ella está jodida, como tú.

Tener aliados ayuda, pero a veces no es suficiente para ganar la guerra, y en esta manda el juego sucio. Empiezas sintiéndote feliz cuando buscas en Google fotos de famosas sin maquillar, como si sus estrías borrasen las tuyas o sus marcas de acné secasen tus granos. Normal que se maquille, con esa cara. Pues no entiendo por qué va maquillada como una puerta, si estaría más guapa al natural. No somos conscientes de nuestras incongruencias, y hace falta mucha -muchísima- autocrítica para reconocer que todos esos comentarios nacen de nuestras inseguridades.

A veces duele ver a otras personas enamoradas incondicionalmente de sí mismas, como cuando ese follamigo que “no quería nada serio” acaba en una relación con anillo e hipoteca dos meses después de vuestro último polvo. ¿Cuál es el problema? ¿Tal vez el fallo está en mí? Y con el tiempo te das cuenta de que sí, que el problema eres tú, porque cuando te conoces y te amas, con tus mierdas y tus momentos de subidón, no necesitas demostrar absolutamente nada a nadie. Y a la vez comprendes que no, que tú no has nacido insegura, que hay una sociedad rota dispuesta a hundirte en la mierda.

Ahora nos toca luchar contra demonios, algunos se esconden muy dentro. Con un arsenal de dudas salimos a la batalla, juntas y valientes. Caemos y nos manchamos de barro, pero con las rodillas llenas de magulladuras y la cabeza bien alta toca ponerse de pie. No siempre es fácil, pero estoy segura de que al final merecerá la pena.

Ilustración de Andyn