Ya te lo digo yo, cariño: nada. Pero amiga, yo te entiendo. Las gordas somos, por naturaleza, personas inseguras y parece que necesitamos la compañía de alguien de confianza para sentirnos a gusto en cualquier lugar, pero es que la vida no va de que alguien te lleve de la manita todo el rato. ¡Ya toca espabilar!

Hace unos siete u ocho años yo engordé bastantes kilos en pocos meses y, como suele ocurrir en estos casos, mi seguridad en mí misma se esfumó. Yo siempre había sido una chica muy echá palante y muy independiente, y nunca había necesitado de nadie para hacer lo que yo quería. Hasta que engordé.

Una de las primeras cosas que me quité cuando me vi tan gorda (me río yo del tan gorda, ahora mismo peso unos quince kilos más que aquel verano) fue la piscina. A mí siempre me ha encantado nadar y he aprovechado todos los veranos para ir a primera hora a la piscina, cuando todavía no hay mucha gente, y hacerme unos largos, pero en cuanto perdí el «cuerpo bikini» (mentira, en cuanto perdí mi autoestima) me «castigué» con no volver a la piscina. Me pasé dos veranos seguidos sin poner este cuerpo en remojo. Vamos, de lo más lógico y racional: ¿engordas? Pues lo mejor es que te quites de hacer deporte en verano.

https://www.instagram.com/p/B1tyoyXnP4X/

Volver a la piscina ha sido una de las cosas que más me ha costado, pero por suerte (para mí), ahora es una de las cosas que más disfruto. Cuando estaba gorda y bajonera detestaba el verano más de lo que podía detestar a Bridget Jones y a Amélie juntas, más que nada porque mis veranos iban de encerrarme en casa a pasar calorazo, con la única compañía de un ventilador. Ahora he aprendido a disfrutar también de esta terrible época del año en la que se me derrite el bigote no solo yendo a la piscina con mis amigos, sino yendo a la piscina ¡yo sola!

Porque chica, yo llevo fatal el calor. Pero mal, mal, mal de cagarse de mal. Y si mis amigos están trabajando o están de vacaciones en la Conchinchina, yo me niego a quedarme en mi casa al amparo del ventilador. Así que me cojo mi mochila, mi libro, mi cremita solar y mis mejores gafas de sol y me voy a la piscina, y me hago mis largos y cuido de mi cuerpazo y me pongo morenita yo sola, porque no necesito a nadie para hacer aquello que me gusta. 

https://www.instagram.com/p/B1ugPG7ncEP/

Y no os podéis imaginar la de cosas terribles que me han pasado en la piscina por haber ido sola. Por ejemplo, absolutamente nadie me ha mirado mal o me ha mirado raro. Sorprendentemente, hay más gente que va a la piscina sola, sobre todo las señoras, que son mis favoritas, que entran europeas, se ponen siete horas al sol, vuelta y vuelta, y salen africanas. Tampoco nadie me ha venido a preguntar si es que no tengo amigos o nadie me quiere o qué coño me pasa, sobre todo porque me ven superenfrascada en la lectura de mis libros veraniegos (para mí los libros veraniegos son los facilitos de leer, que no requieren mucho esfuerzo, pero no en plan Teo va al parque de atracciones sino en plan la biografía de La Veneno).

Solo hay una cosa de ir a la piscina sola que, he de reconocerlo, sí que me da miedo. Y es que me roben mientras me doy un bañito. Cuando estoy en el agua no puedo quitarme de la cabeza que algún espabilao se acerque a mi mochila y me mangue el bocadillo. Porque, evidentemente, procuro llevar lo mínimo, pero chica, diez euros en el monedero tienes que meter. Que si me roban, no se llevan mucho, pero reconozco que este es el handicap de ir sola a la piscina. Porque es el único real, todos los demás, probablemente, solo existan dentro de nuestra cabeza.

https://www.instagram.com/p/B1wBJ4EhZu9/

También hay mucha gente que tiene «miedo» a ir sola al gimnasio. Échale un vistazo a este post para que veas que nadie se ha muerto por ir sola a sitios.