Querida amiga gorda. No te conozco. No sé si eres alta o baja, qué talla llevas o cómo te gusta el café por las mañanas. Pero sí hay algo que sé, y es todas las veces que me metí contigo, sin conocerte, sin saber todo lo que habías podido sufrir. Sin hacer el ejercicio de ponerme en tus zapatos. Me dejé llevar por lo aparentemente divertido. Porque sí, yo era de las que decía «ahí está tu novia» cuando pasaba alguna gorda o hacía algún chiste manido sobre las vacas y las focas.

Yo fui de las que me reía cuando sobresalía algún michelín o cuando la gorda de mi clase apenas se podía sentar en la silla. Pero sobre todo, yo fui de las que callé. Y eso es lo que más me pesa. Callé cuando vi injusticias, cuando te hacían llorar y encerrarte en el baño.

Yo tuve el poder de cambiarlo. De haberme dado cuenta de que juzgarte por el número que marcara en tu báscula era una gilipollez. De que «gorda» es un adjetivo más, como lo podría haber sido rubia, alta, morena o bizca. Que tu cuerpo es perfecto sea como sea, porque protege lo más importante:

A ti.

Pero no lo hice. Quizás en ese momento no estaba preparada. Quizás me daba demasiado miedo enfrentarme a mis propios complejos y prefería encargarme de los tuyos. Te fallé y lo siento.

Quién era yo para juzgarte. Como si yo poseyera el canon de perfección absoluta, como si yo no fuera producto también de lo que otros consideraban que debía ser. Como si no tuviera que enfrentarme a los mismos problemas que tú a lo largo de mi vida.

Así que, querida amiga gorda, te pido perdón. Pero perdón de verdad.  Siento no haber alzado la voz cuando debí hacerlo, siento no haberme quejado cuando tocó y sobre todo, siento haber utilizado algo que te hacía maravillosa, única y lo que es más importante, te hacía ser quién eres, para hacerte daño.

Ojalá hayas aprendido a quererte, a ver tus imperfecciones y a amarlas tanto como a tus puntos fuertes. Ojalá hayas crecido tanto como persona que entiendas que tus kilos son sólo tuyos y que nadie tiene que dar su opinión al respecto. Que te hayas vuelto dura como la piedra y te resbalen todas aquellas intenciones negativas, todos esos comentarios cargados de odio.

Pero sobre todo, ojalá te quieras. Ojalá te quieras libre, bonita, divertida, despreocupada, feliz.

Esta es mi manera de pedirte perdón.