Como tanta gente hoy en día, me he convertido en una de esas adultas demasiado preocupadas por el día a día. Seguro que a vosotros también os pasa: nos obsesiona conseguir el trabajo perfecto, seducir al tipo perfecto, publicar la foto perfecta con una perfecta pose con un filtro perfecto… Te preguntas: ¿en qué momento te has convertido en una persona tan responsable aburrida?

Llevo una temporada en la que todos estos temas rondan mi cabeza peligrosamente. Sin embargo, un pequeño detalle me rompió los esquemas de repente. Algo que solía estar presente en las meriendas de mi infancia: un barquillo de coco.

boer coco

Sí, sé que suena absurdo ¿Qué importancia tiene una simple galleta? En apariencia nada, pero ese minimo detalle me transportó a mis años de infancia. Es curioso; ¡de pequeñas nos morimos por ser adultas! Pero en el duro camino, dejamos una parte de nuestro ser. Y por el camino no sólo perdemos la inocencia, sino otras cosas que tanto se echan de menos.

Tu autoestima no depende de tu apariencia

En el caso de las chicas sobre todo, los complejos por nuestra apariencia es un freno a la hora de relacionarnos con los demás ¿Recordáis cuando ser una niña un poco gordita o tener el pelo alborotado no nos importaba? Sólo veíamos a niños con los que jugar y ser amigos, ¡y nada más!

Ensuciarse mola

A ver, no es que me encante rebozarme en barro, pero sé de más de una (y más de uno) que le cae una mini manchita en su camisa ultra-cara y suelta grititos como si se acabase el mundo. Pobre gente: ¡pero si una de las mejores cosas de ser niño era volver con la ropa llena de arena! Qué tiempos, cuando jugar como bestias era lo único que nos preocupaba. Eso sí, a nuestras pobres madres no les hacía tanta gracia.

niños-que-se-ensucian

No tengo miedo. De nada.

La vida de adulto está llena de miedos cotidianos. Cosas en apariencia simples como hablar en público o expresar tu opinión se convierten en un mundo por el qué dirán. Daría mi brazo derecho por volver a aquella época: cuando nada de eso importaba. Cuando sentías que estabas en el mundo para cambiarlo. Cuando te mirabas al espejo y sabías que te ibas a comer el mundo. Cuando pensabas que cualquier cosas que te propusieras estaba a tu alcance.

Las tardes son para jugar

Vale, también había deberes (una siempre fue una empollona desde pequeñita). En la infancia sólo importaba con quién te toca jugar ese día, mientras que de mayor las tardes pasan entre mil y un quehaceres nada divertidos. Ésa es una de las claves para volver a disfrutar como niñas: ¿seguro que necesitas llenar tu rutina de esa manera? ¡Volvamos a jugar! ¡Volvamos a vivir!

Aunque la vida adulta tiene sus cosas buenas (¿a quién no le gusta un vinito? ¿Y una noche loca?), desde ese día tengo claro que tenemos que rescatar a esas niñas que eramos antes, ¡no importa en qué limbo se encuentren!. Porque no hay nada más envidiable que la mirada limpia y llena de esperanza de un niño :)

giphy (3)

Autor: Fátima Rodríguez