– ¿Pero tú eres feliz?

– Que pregunta tan difícil.

– Te parece difícil porque no conoces la respuesta.

Frase demoledora. Vi su cara y crucé los dedos deseando volver atrás. ¿Dónde está mi TARDIS? ¿Y el DeLorean? ¿Por qué no habré cambiado de tema? ¿Por qué no habré asentido con la cabeza mientras soltaba un comentario sarcástico de esos que tanto le gustan? Tras un silencio incómodo y sin dejar que yo encontrase el valor para romperlo me dijo que “la procesión va por dentro”. Cinco palabras que dolieron como puñaladas. A ella por decirlas en voz alta y a mí por no haberme dado cuenta antes.

Si no está sola, ¿por qué ha tenido que cargar sobre sus hombros con el peso de la tristeza? Este pensamiento me persigue y lo que más me jode es que yo también sé lo que es fingir sonrisas. Supongo que la felicidad ya no es un tesoro perdido en nuestra isla desierta particular, sino un disfraz que estamos obligados a vestir.

Ser feliz las 24 horas del día, 7 días a la semana. Sonreír cuando pierdes el metro. Dar las gracias si te despiden. Salir de fiesta para celebrarlo cuando tu novio te deja. Lo siento, pero si eso la felicidad no la quiero. Prefiero los momentos de bajón, los abrazos de mi madre cuando he tenido una semana de mierda y las caras de mala hostia de mis amigos cuando nadie se pone de acuerdo. Prefiero caer y que me den la mano para levantarme.

Quiero llorar si la cago, enfadarme con mi padre cuando me despierta un sábado resacoso y echar de menos mi hogar cuando atravieso Castilla en coche. Que nadie me quite los polvos de reconciliación. Que nunca desaparezcan las personas que me dicen que no voy a poder, aunque por un segundo les crea. Que no pare la lluvia para acordarme de mi abuela y su miedo a las tormentas.

Quiero todo, la alegría, las ilusiones, el miedo y las decepciones. Llevarme besos, caricias y portazos. Quiero vivir una historia interminable, con capítulos que me desgarren el alma para después coserla con mimo. Quiero fallar para sentirme más orgullosa cuando lo logre. Quiero pelear, vivir aventuras que me hagan daño y contarlas después a carcajada limpia. Quiero atravesar ríos rebeldes a lo largo de un camino recto. Quiero arriesgarme y echarme para atrás, ceder y obcecarme, correr y correrme. Quiero intentar controlarlo todo y verme sobrepasada, conocer mis límites porque les he plantado cara y no porque otros me han dicho que están ahí. Quiero odiarme de vez en cuando para aprender a quererme más.

Seguiré dando cabida a la tristeza en mi vida, porque gracias a ella sé lo afortunada que soy.

¿Soy feliz? Qué pregunta tan difícil…

Imagen de portada.